Nuestro Padre sabe de nuestras debilidades y de nuestra inclinación al pecado, y como consecuencia nuestra perdición. Ha enviado a su Hijo para indicarnos el camino de salvación, y ha decidido que, tras subir a los Cielos, permaneciera, bajo las especies de pan y vino, realmente presente entre nosotros.
Sabedor de nuestras debilidades, nos alimenta y fortalece espiritualmente en nuestro camino. Desde la hora de nuestro bautismo, el Espíritu de Dios Padre e Hijo, baja a nosotros – el Paráclito – para ser nuestro guía, nuestro defensor y protector, así como nuestro Maestro para enseñarnos y recordarnos todo lo que vamos aprendiendo y experimentando de nuestro encuentro con el Señor.
La experiencia nos sirve para saber que Jesús ha vencido la muerte: ¡Ha Resucitado!, y eso significa triunfo. En consecuencia, pese a enfrentar episodios de oscuridad, angustia y tristeza, sabemos que llegará la luz, el gozo y la alegría de sabernos resucitados en Él. Nuestro triunfo está garantizado.