Jn 17, 1-2.9.14-26 |
—Pedro, ¿sabías que desde la
hora de tu bautismo no solo quedas purificado del pecado original sino que
también quedas transformado en Sacerdote, Profeta y Rey?
—Sí, he oído eso, pero, otra
cosa es que no llego a entenderlo bien.
—Bueno, lo que yo entiendo
es que al recibir el Espíritu Santo en nuestro bautismo, quedamos revestido de
la misma misión de Cristo como Sacerdote, Profeta y Rey. Y esto significa que,
por el Bautismo estamos llamados a vivir una vida de servicio a Dios y a los
demás, siguiendo la referencia y modelo de Jesús.
Y esto nos exige que
prediquemos, no a nosotros, sino la Palabra de Dios, que está por encima de
nosotros. Y, asistidos por el Espíritu Santo predicar con nuestra vida y obras
la verdad, la justicia, la paz, la misericordia y todos los valores que nos
vienen de Dios. Y, por supuesto, por el bautismo quedamos también transformados
en reyes, es decir, capaces de conducir, gobernar, reinar y pastorear por la
acción del Espíritu en actitud de servicio y misericordia.
—Ahora me queda la cosa más
clara. Espero, por la acción del Espíritu, dar todo lo que he recibido en aras
de mi compromiso de bautismo.
—No obstante, remarcó Manuel, no debemos apurarnos ni tampoco echarnos encima una loza que nos aplastes y sus efectos sean los contrarios. Sabemos lo que realmente somos, pequeñas criaturas débiles y pecadores, por tanto, pongámonos siempre en manos del Espíritu y, en su nombre y por su Gracia, dejemos guiarnos aceptando el peso de nuestra propia cruz.