Mt 8, 28-34 |
La gente no quería intrusos que alteraran la tranquilidad
del día a día del pueblo. Aquella noticia de que dos endemoniados habían sido
liberados y, en consecuencia, una piara de cerdos afectada por esos espíritu
endemoniados, fue abalanzada al acantilado y murieron en las aguas, no había
gustado.
Al parecer estaba bien eso de liberar a los
endemoniados, pero interesaba más el valor de lo que se había perdido con la
muerte de los cerdos. No interesaba esa clase de gente que antepone el bien de
las personas, incluso los excluidos y endemoniados, al valor de una piara de
cerdos. No apetece tener entre nosotros a alguien que busca la inclusión de
todos, incluso de los marginados y excluidos. La ley somos nosotros.
—¡Hombre!, para mí hay una cosa muy clara. Los hombres, quizás por naturaleza o egoísmo, preferimos nuestros gustos, intereses de todo tipo antes que el bien de otro que nos pueda perjudicar esos intereses. Lo que le dolía a aquella gente era la perdida del valor de la piara de cerdos, y lo que podía significar eso para otros asuntos del pueblo. Creo que ahí está la clave.
Los dos amigos lo había entendido muy bien. El hombre excluye al hombre, sobre todo si es pobre, débil y nada tiene que ofrecer. Su valor, según la sociedad, es en función de su economía, riqueza y poder. Quien no pueda aportar esas cotas de poder queda excluido de la sociedad. Y Jesús, al parecer, molestaba. Su anuncio de la igualdad entre los hombres y su mandato del amor mutuo y misericordioso no estaba de acuerdo con la ley de aquellos hombres. Ni tampoco con los de ahora. Al parecer no nos diferenciamos muchos de aquel pueblo de la piara de cerdos. ¿Seremos capaces de reflexionar y sacar alguna conclusión?