Mt 13, 31-35 |
«Cuesta mantenerse en pie, pensaba Pedro, en su camino, al ver que el
poder, la fuerza y los grandes aplastan a los pequeños y humildes. Todo parece
decirnos que nunca escapamos de la opresión del fuerte sobre el débil».
Algo aburrido, resignado, y casi con deseos de tirar la toalla, Pedro
tomó asiento en su terraza favorita. Mantenía la esperanza de ver a Manuel y contrastar
con él esa impresión que le angustiaba. Observó que no estaba Manuel, y se
atrevió a compartirlo con los compañeros que en ese momento estaban allí.
—Vengo angustiado y algo derrotado. Siempre sucede lo mismo: el grande
aplasta al pequeño. ¿Cómo lo ven ustedes?
—Si miras para atrás, observas que siempre ha pasado eso. Los fuertes
oprimen a los pequeños. Lamentablemente, aunque no se desea, siempre ocurre. Nos resignamos y nos callamos la boca —dijo Fernando.
—Sí, parece que eso es lo que suele ocurrir siempre —agregó Felipe, otro
de los tertulianos.
Había llegado Manuel y, evitando intervenir, se puso a la escucha y se
sentó. Levantó la mano para indicar a Santiago que le trajera su café. Ya
situado y saboreando su café, se hizo todo oído para adentrarse en lo que
compartían.
Todo transcurría dentro de lo normal. Y digo “normal”, porque se estaba
dando por buena esa sensación de que siempre el grande vence al pequeño. Pedro, desorientado, casi sin saber qué decir, al percatarse de que estaba Manuel, le lanzó la pregunta.
—¿Sabes de qué va la cosa, Manuel? ¿Podrías darnos tu opinión?
—Lo intentaré. Primero, una observación. Cuando estoy atrapado,
decepcionado, perdido, no me siento nunca derrotado. Miro al Señor, pido, busco y llamo. Leo su Palabra y, escuchándole, trato de buscar soluciones y salidas. No
será la que mejor me guste, pero, seguro, será una buena salida.
—Y en este caso concreto, ¿qué nos aconseja? —le invitó Pedro a seguir.
—Bueno, se me ocurre releer la historia David contra Goliat — Samuel 17,
49-50 —. En esa narración comprendo cómo el Señor se vale del débil para
vencer al fuerte. ¡Y hay más!, María, mujer sencilla y pobre; y José, un simple carpintero. ¡Y Juan el bautista y los apóstoles! ¿Ven a alguien poderoso entre
ellos? Y, sin embargo, la Noticia del Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios,
contra viento y marea, llega a nosotros. ¿Responde esto a la pregunta
planteada?
—Evidentemente, Manuel, saltó Pedro con un semblante gozoso, animado y aires
de triunfo.
—¡Y lo más importante!, cuando todo parece perdido,
Jesús crucificado en la cruz, los apóstoles muertos de miedo y muchos — Emaús — de regreso, ¡Jesús Resucita! Definitivamente, el Amor triunfa. Esa es la Buena Noticia, nuestra esperanza y el fundamento de nuestra fe. Así que mantengamos siempre
nuestro corazón levantado y esperanzado.