Lc 9, 28b-36 |
—Se oye hablar mucho sobre el
clima, el aborto y otras cosas, pero, ¿realmente son ciertas? ¿Tienen verdadero
fundamento? ¿Qué piensas de esto, Manuel?
—La realidad es que al final no se sabe ni de dónde
salen. Lo dijo este; me lo dijo el otro. Se dice, se rumorea. Pero, ¿tiene
verdadera autoridad la persona que lo ha dicho? Porque, lo verdaderamente
importante no es que se dice, sino quién lo dice.
—En eso estoy de acuerdo, Manuel. No tiene valor lo
que se dice, si no sabemos de dónde viene. El valor está en quién lo dice. ¿Tiene
fundado conocimiento y autoridad para afirmarlo?
—Ahora me viene a la cabeza ese momento sublime de
la Transfiguración del Tabor. Fue el momento elegido por Dios para dejar claro Quién
es Jesús. Ya lo había presentado en el Jordán, en su bautismo, por Juan. Pero,
ahora, en el Tabor, lo reafirma y lo presenta solemnemente a Pedro, Santiago y
Juan: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenle».
—Y claro … por eso decimos en la liturgia: “Palabra
de Dios”. Ahora lo entiendo mejor.
—Sí, la Palabra de Jesús le viene dada por su Padre.
Su autoridad —visible en sus Palabras y Milagros— viene confirmada por el Poder
de Dios. Y eso no admite discusión. Pedro, Santiago y Juan, fueron fortalecidos
con esa Revelación. Escucharon la Voz del Padre, y no solo oyeron: fueron
invitados a escuchar con el corazón. Lo puedes leer en Lucas 9, 28b – 36.
—Conozco ese pasaje evangélico, y veo que encaja
perfectamente. Los apóstoles necesitaban un espaldarazo espiritual para seguir
adelante. Sobre todo los líderes del grupo. Era hora de volver al mundo y
continuar el camino.
—Hacía falta una esperanza sólida, una señal que les
hiciera ver, aunque fuera solo un destello, lo que iba a suceder. Ver a Jesús
con Moisés y Elías dejaba clara su divinidad. Aunque, llegado el momento, no lo
entendieron del todo… pero luego todo se iluminó.
—¿Te refieres a la llegada del Espíritu Santo?
—Exacto, el Espíritu Santo —el mismo que hemos
recibido nosotros en el bautismo— es Quién va poniendo todo en orden. Pero, a veces,
como los apóstoles, nos despistamos y no confiamos en quienes nos anuncian a
Jesús y su Buena Noticia. No vemos que, a través de ciertas personas, Dios nos
habla y nos recuerda que Jesús es su Hijo, enviado para liberarnos de la
esclavitud del pecado.
Ambos amigos sabían que eso iba por ellos también. No
es cuestión de quedarnos maravillados en nuestro propio Tabor. Se nos invita a
bajar al ruedo del mundo y seguir el camino hasta llegar a nuestro propio calvario.
Allí, a los pies de Jesús, y junto a Él, pondremos también nuestra cruz.