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Mt 19, 16-22 |
Aquel muchacho
aparentaba aspirar a algo más. No parecía conforme con su situación, buscaba
metas más altas y eso le intranquilizaba, le ponía en camino de búsqueda. Sucede
que eso ocurre cuando alguien busca encontrar el verdadero destino para el que
ha sido creado, trata de salir de sí mismo y preguntarse por la meta a
conseguir.
Levantó la
cabeza, puso sus ojos en el horizonte, y pensó: «La vida es
un camino de búsqueda, y de no hacerlo, languidece, sumergida en la frialdad y
tristeza».
—¿Qué te
parece, Manuel?
—¿Me parece
qué? No entiendo lo que me dices.
—Estaba leyendo
un relato sobre un joven que aspiraba a metas más altas. No se conformaba con
lo que había conseguido y buscaba algo más elevado que colmara sus aspiraciones
a ser más.
—¿Más qué?
—Más feliz,
más realizado. Las cosas de este mundo no te dan esa plenitud que el alma busca.
—Entiendo.
El hombre ha sido creado para ser feliz. Y el verdadero sentido de su vida es
buscar esa felicidad. No hacerlo te sitúa en la mediocridad y en la resignación. Por lo que me cuentas, ese joven perseguía alcanzar la plenitud.
—Eso es lo
que he entendido, y por eso te lo pregunto.
—Hay una
conversación de Jesús con un joven que se le acerca con esa misma inquietud.
Está en —Mt 19, 16-22—. Le dice, Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para
obtener la vida eterna? Y Jesús le responde que uno solo es Bueno, y le
invita a guardar los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no
robarás … Su lectura te dará muchas pistas.
—¿Y todo se
reduce a cumplir los mandamientos?
—Cuando el
joven le responde que ya lo hace, Jesús le mueve a ir más allá: a ser perfecto,
despojándose de todas sus ataduras —bienes, riqueza— dándolas a los pobres. Termina
invitándole a seguirle.
—¿Y qué responde
el joven?
—El Evangelio
dice: Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico.
—No sé, me
quedo algo confuso.
—Las
riquezas son ataduras que nos impiden ser libres. Si las pones en el centro de
tu corazón, desplazas al Señor, y te haces esclavo de ellas. Terminas abandonando tu vida a merced del mundo,
priorizando el tener y tus seguridades, mientras la Voluntad de Dios queda relegada.
—Creo que
ahora lo entiendo mejor. Gracias.
Cuando nos
aferramos a cosas y a apegos, corremos el riesgo de extraviar el Reino, siempre
nuevo, que trae consigo libertad y alegría, mientras nos quedamos perdidos
entre viejas seguridades y aburridos peajes de compromisos vacíos. Lo
verdaderamente importante, y a lo que aspiramos todos, consciente e
inconsciente, es a esa chispa que arde en nuestro interior: la felicidad
eterna. Y eso solo lo conseguimos si seguimos a Jesús. Sería bueno
preguntarnos: ¿Dónde están mis seguridades: en lo que poseo o en el Señor que me
llama a seguirle?