Mt 10, 7-13 |
Es evidente que cuando
tienes una alegría sientes inmediatamente la necesidad de compartirla, incluso
con desconocidos. Se experimenta en las competiciones, donde se funden en
aplausos y hasta abrazos aficionados, tantos amigos como desconocidos. Y es que
el gozo de tener una gran noticia no se puede mantener callado.
Manuel que ensimismado en
esos pensamientos estaba gozando de saberse hijo de Dios, y por tanto, llamado
a la plena felicidad eterna, comento:
—¿No se nota, Pedro, cuando
estoy alegre, que hasta mi cara cambia de color y mi mirada está llena de
alegría y esperanza hasta contagiar al que está a mi lado?
—Es cierto, cuando nos
sucede eso sentimos ese deseo de compartirla la buena noticia.
—¿Hay mayor alegría que la
de sentirse hijo de Dios y llamado a una vida eterna en plenitud de gozo y
alegría? ¿Y somos capaces de transmitirla?
—Supongo que ese es el reto,
pero no parece que lo hayamos descubierto.
—Esa es la cuestión, darnos
cuenta y descubrir el tesoro que tenemos y darlo a conocer. Y es que cuando lo
descubrimos vendemos todo, como hizo Bernabé, y nos entregamos a dar a conocer
esa gran Noticia.
Manuel y Pedro habían descubierto esa realidad a la que estamos todos llamados. Cada cual según sus posibilidades y talentos recibidos, pero todos dejando el centro de nuestro corazón para situar en él la gran Buena Noticia que salva al mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.