 |
Mt 11, 20-24 |
De repente se quedó quieto. Paró sus pasos, su
mirada fija y su cuerpo inmóvil. Quedó como petrificado, ensimismado en su
pensamiento como si se tratara de un estatua buscando respuesta. «Por qué
no tengo fe», pensó. Había regresado de un viaje donde vivió en
primera persona la compasión de misioneros a unos pueblos carentes de todo,
llenos de miserias y en extrema pobreza. Aquella experiencia le había impresionado.
No se había cuestionado su fe hasta ese momento. La
experiencia vivida en aquellos poblados le había tocado. ¡Cómo es posible vivir
de esa manera y sacar una sonrisa tan hermosa, sincera y amable? No entendía
nada. Le impresionaba aquella gente tan pobre, tan sumida en la miseria y tan
necesitada de todo. Mientras, otros – entre los que me cuento – vivimos rodeados
de todo lo que necesitamos, apretamos un botón y consumimos lo que nos apetece.
Hablamos a distancia, nos localizamos en todo lugar, nos movemos con rapidez y
vivimos rodeados de confort y bienestar. Tenemos médicos y asistencia sanitaria
y hasta espiritual. Pero, me falta la fe.
En estas tribulaciones, casi sin advertirlo, había
llegada a su acostumbrado lugar de tertulia. Allí estaba su amigo Pedro.
—¡Eh, estás despistado! Te noto preocupado, casi sin
enterarte donde estás.
—Hola Pedro, perdona, pero vengo hablando conmigo
mismo. Estoy pensando en esa gente que no tienen casi nada, sin embargo,
apostaría a que son más felices que muchos de nosotros que andamos en la
abundancia. ¿No lo crees así?
—¡Quizás!, la felicidad no está en la abundancia de
cosas ni en el bienestar. En nuestras sociedades de consumo y llamadas de
bienestar hay un alto grado de suicidios, y precisamente de gente joven. Y eso
es un claro síntoma de lo que me acabas de preguntar.
—Cierto, no había caído en eso. Tienes razón. ¿Te
has preguntado la causa?
—Supongo que serán muchas. Pero, yo me centraría en
una, la esperanza en un mundo mejor. Dicho en otras palabras, la fe en una vida
que da sentido a todo lo que vivas y hagas aquí.
—Creo que has dado la respuesta a mi pregunta: la
fe. He venido pensando en eso, y quizás mi distracción, que tú advertiste
claramente, era ese ensimismamiento que traía pensando en mi falta de fe. Sí,
estoy de acuerdo, la fe centra tu vida, la llena de sentido y esperanza. Pero,
¿cómo puedo adquirirla?
—Mira, la fe es un don Divino, pero también una
respuesta humana. Eso coincide con nuestra libertad. Somos libres para
responder a Dios o para negarle. Cuando nos planteamos la fe desde una
racionalidad humana, nos estrellamos. Nuestra capacidad no alcanza a comprender
la grandeza de Dios. Necesitamos fiarnos, tal y como nos hemos fiados, de niños.
de nuestros padres. Jesús nos lo advierte en el Evangelio. Y cuando damos ese
paso sincero y abiertos, humildes y pequeños, el Espíritu Santo, que está en
nosotros desde la hora de nuestro bautismo, actúa, te abre los ojos, y, poco a
poco, la semilla de la fe, sembrada en tu corazón, empieza a crecer.
—Pero, ¿así de sencillo y sin hacer nada por mi
parte?
—No tan sencillo. Es evidente que es un regalo que
Dios te da gratuitamente, pero exige esfuerzo y compromiso. Oración y alimento
espiritual (Sacramentos) y perseverancia. En el camino hay pruebas que van
descubriendo tu fe. Piensa que cuando amas a alguien no basta con decírselo, hay
que demostrarlo precisamente en los momentos complicados, difíciles y malos. La
vida es nuestra oportunidad y hay que aprovecharla. Dios no te va a pedir nada
que antes no te haya dado. La pregunta es: ¿estoy atento, y abro mis ojos a la
que Dios me da? Este Evangelio – Mt 11, 20-24 – no dejes de leerlo y meditarlo, puede ayudarte a
reflexionar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.