Mt 5, 13-16 |
Es evidente que la sal se
mezcla con el alimento y lo impregna de su sabor. Y lo hace de una manera
silenciosa, sin llamar la atención sino transformando el sabor de ese alimento con
el que se mezcla.
—Así debería contagiar yo mi
fe en los ambientes donde me muevo, ¿no te parece Pedro?
—Supongo que sí, pero, una cosa
es querer y otra poder.
—Para eso hemos recibido al
Espíritu Santo, para, con nuestro esfuerzo, dejarle actuar y contagiar de fe
nuestros ambientes. Y también de luz, porque, al mismo tiempo que damos sabor
de la verdad y el bien, alumbramos el camino a seguir.
—Esa es la cuestión, ser
consciente de que no estamos solos y que se nos ha dado la fuerza del Espíritu
Santo. Pero, ¿lo somos?
—Debemos pedirlo y ser
perseverante en esa petición. Con el Espíritu Santo podemos ser lo que Dios
quiere que seamos, sal y luz. De no poder no nos lo hubiese pedido. Esa será
nuestra lucha de cada día, ser sal y luz.
—Sí, estoy de acuerdo, pero
nunca perder de vista que cada cual en la medida de los talentos que ha
recibido. No vayamos a creernos capaces de todo. Y sin perder de vista la
humildad.
—Nuestra referencia es el
Señor. Él pasó por todo eso, y muchos no le hicieron caso ni le escucharon. A
nosotros nos pasará igual. "Si no estamos abiertos a la guía del Espíritu
Santo y no estamos dispuestos a cambiar nuestras actitudes, no podremos crecer
en la fe y experimentar la plenitud de la vida en Cristo." Y menos ser sal
y luz.
Ambos amigos habían decidido intentar ser luz y sal en la medida de sus posibilidades. Cada cual, se decían, según sus posibilidades y talentos. Lo verdaderamente importante era amar. En el amor está contenida la sal y la luz.