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martes, 15 de julio de 2025

UNA RESPUESTA INGRATA

Mt 11, 20-24

De repente se quedó quieto. Paró sus pasos, su mirada fija y su cuerpo inmóvil. Quedó como petrificado, ensimismado en su pensamiento como si se tratara de un estatua buscando respuesta. «Por qué no tengo fe», pensó. Había regresado de un viaje donde vivió en primera persona la compasión de misioneros a unos pueblos carentes de todo, llenos de miserias y en extrema pobreza. Aquella experiencia le había impresionado. 

No se había cuestionado su fe hasta ese momento. La experiencia vivida en aquellos poblados le había tocado. ¡Cómo es posible vivir de esa manera y sacar una sonrisa tan hermosa, sincera y amable? No entendía nada. Le impresionaba aquella gente tan pobre, tan sumida en la miseria y tan necesitada de todo. Mientras, otros – entre los que me cuento – vivimos rodeados de todo lo que necesitamos, apretamos un botón y consumimos lo que nos apetece. Hablamos a distancia, nos localizamos en todo lugar, nos movemos con rapidez y vivimos rodeados de confort y bienestar. Tenemos médicos y asistencia sanitaria y hasta espiritual. Pero, me falta la fe.

En estas tribulaciones, casi sin advertirlo, había llegada a su acostumbrado lugar de tertulia. Allí estaba su amigo Pedro.

       —¡Eh, estás despistado! Te noto preocupado, casi sin enterarte donde estás.
      —Hola Pedro, perdona, pero vengo hablando conmigo mismo. Estoy pensando en esa gente que no tienen casi nada, sin embargo, apostaría a que son más felices que muchos de nosotros que andamos en la abundancia. ¿No lo crees así?
        —¡Quizás!, la felicidad no está en la abundancia de cosas ni en el bienestar. En nuestras sociedades de consumo y llamadas de bienestar hay un alto grado de suicidios, y precisamente de gente joven. Y eso es un claro síntoma de lo que me acabas de preguntar.
        —Cierto, no había caído en eso. Tienes razón. ¿Te has preguntado la causa?
       Supongo que serán muchas. Pero, yo me centraría en una, la esperanza en un mundo mejor. Dicho en otras palabras, la fe en una vida que da sentido a todo lo que vivas y hagas aquí.  
      —Creo que has dado la respuesta a mi pregunta: la fe. He venido pensando en eso, y quizás mi distracción, que tú advertiste claramente, era ese ensimismamiento que traía pensando en mi falta de fe. Sí, estoy de acuerdo, la fe centra tu vida, la llena de sentido y esperanza. Pero, ¿cómo puedo adquirirla?    
     —Mira, la fe es un don Divino, pero también una respuesta humana. Eso coincide con nuestra libertad. Somos libres para responder a Dios o para negarle. Cuando nos planteamos la fe desde una racionalidad humana, nos estrellamos. Nuestra capacidad no alcanza a comprender la grandeza de Dios. Necesitamos fiarnos, tal y como nos hemos fiados, de niños. de nuestros padres. Jesús nos lo advierte en el Evangelio. Y cuando damos ese paso sincero y abiertos, humildes y pequeños, el Espíritu Santo, que está en nosotros desde la hora de nuestro bautismo, actúa, te abre los ojos, y, poco a poco, la semilla de la fe, sembrada en tu corazón, empieza a crecer.
       —Pero, ¿así de sencillo y sin hacer nada por mi parte?
      —No tan sencillo. Es evidente que es un regalo que Dios te da gratuitamente, pero exige esfuerzo y compromiso. Oración y alimento espiritual (Sacramentos) y perseverancia. En el camino hay pruebas que van descubriendo tu fe. Piensa que cuando amas a alguien no basta con decírselo, hay que demostrarlo precisamente en los momentos complicados, difíciles y malos. La vida es nuestra oportunidad y hay que aprovecharla. Dios no te va a pedir nada que antes no te haya dado. La pregunta es: ¿estoy atento, y abro mis ojos a la que Dios me da? Este Evangelio – Mt 11, 20-24 – no dejes de leerlo y meditarlo, puede ayudarte a reflexionar.