Mt 18, 1-5. 10. 12-14 |
Su
pensamiento se había detenido en la familia.
Es
la célula de la sociedad —reflexionaba Pedro—: sin células no hay familias; sin
familias no hay pueblos, y sin pueblos no podemos imaginar la vida. La vida
nace en la familia, formada principalmente por un hombre y una mujer, y se
proyecta en los hijos. De ese núcleo surgen aldeas, pueblos y ciudades. El
futuro de todo dependerá siempre de la familia, de donde nacerán las nuevas
células que formarán los pueblos venideros. De repente, se detuvo en una idea: ¡qué importancia tienen los hijos!
—Te
noto muy concentrado, ¿en qué piensas?—En
la familia y la importancia de los hijos. Una familia sin hijos es como un
árbol sin frutos, ¿no te parece?
—Sí,
aunque no todas pueden tenerlos; algunas, queriendo cumplir su misión, se ven
llamadas a adoptarlos. Eso ayuda a equilibrar las dificultades de otras que no
pueden mantenerlos o, simplemente, los rechazan. Pero coincido: el fundamento
de la familia es la procreación.
—Me
atrevería a decir que los hijos son el gran valor y el futuro de la sociedad.
¿Estás de acuerdo?
—Más
que de acuerdo. Son también una referencia para nosotros. Mira lo que dice
Jesús cuando los discípulos le preguntan —Mt 18, 1-5.10.12-14—, quién es el
mayor en el reino de los cielos. Él llama a un niño, lo pone en medio y dice:
«Si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los
cielos. El que se haga pequeño como este niño es el más grande en el reino. Y
el que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí». Luego añade la
parábola de la oveja perdida y concluye que no es voluntad del Padre que se
pierda ni uno solo de estos pequeños. Conviene leerlo con calma para
comprenderlo en profundidad.
—Sí,
creo que es lo mejor. Pero tu referencia es importante. Ser como un niño tiene
mucha miga.
—¡Y
tanta! Los niños confían en sus padres; son alegres, sociables, juguetones e
ingenuos hasta el punto de no ver nada imposible… ni siquiera un mundo más
humano. Son confiados y abiertos a todo lo que viene de sus padres. ¿Somos así
con nuestro Padre Dios? La cuestión está en no perder esa confianza e
ingenuidad con Él. En y con Él todo es posible.
—Verdaderamente,
no perder esa confianza con nuestro Padre Dios, tal como la teníamos con
nuestros padres, es la clave que Jesús nos revela en este evangelio. Creo que
lo he entendido.
Pedro comprendió entonces que ser como niño no es quedarse en la infancia, sino crecer, conservando la confianza, la fe y la certeza de que nuestro Padre Dios está siempre presente y pendiente de nosotros. En Él, todo buen sueño puede hacerse posible.