De repente, Alfonso sintió cierto hormigueo en sus
piernas, una especie de falta de sensibilidad muy parecida a cuando experimentamos
el dolor de una mano o pie dormido. Buscó la manera de descansar y miró donde
podía sentarse. A poca distancia encontró un banco y disimuladamente se sentó.
No quería, ya que era un trayecto que hacía con frecuencia, llamar la atención
a los que le conocían o solía encontrarse en el camino. Sacó una revista que
llevaba y se puso a leer. Bueno, mejor aparentar que leía, no podía
concentrarse y buscaba respuestas a lo que le sucedía. No era algo puntual o
casual, eso le estaba pasando ya con cierta frecuencia. Es verdad que hoy le
pareció algo más fuerte o doloroso, hasta el punto de que sintió la necesidad
de sentarse y descansar.
«Me estoy haciendo viejo y la
edad no perdona, pensó. Quieras o no tu principio deberá tener un final, y mi
recorrido, quiera aceptarlo o no, está llegando a su fin»
Recuperadas sus fuerzas, se levantó y emprendió el camino. Su mente siguió
dándole vueltas a lo sucedido. La vida está avisándome, y el momento está
cerca.
La conversación de los dos amigos continuo unos minutos más, pero lo importante era que Alfonso había decidido seguir a Jesús y cumplir su mandato: Amor y Misericordia con el prójimo.