Jn 19, 25-34 |
Al pie de la cruz, y desde
ese momento, María se convierte en nuestra Madre. Es un ofrecimiento de Jesús
antes de morir: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí
tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Creo que no caemos en la
cuenta de que tenemos una Madre en el Cielo. Una Madre especial, aparte de la
nuestra propia, que intercede a su Hijo por nosotros. Una Madre que nos acoge,
nos acompaña, nos sirve de modelo, nos da testimonio con su vida y su
perseverancia, y nos alumbra el camino hasta la Cruz de su Hijo.
—Pero, también nos enseña
que el dolor nos sirve para probar nuestra fe y perseverancia. María es Madre
porque estaba al pie de la Cruz. No se escondió, se mantuvo firme y compartió
su dolor con el de su Hijo. ¿Lo hacemos nosotros así?
—Me dejas algo descompuesto –
replicó Pedro – creo que no. Incluso, hablo por mí, pienso que pasa
desapercibida para muchos de nosotros.
—Sí, creo que está en lo
correcto. Si bien es verdad que hay muchas manifestaciones piadosas, romerías y
actos de piedad, pero al final se aprueba la ley del aborto. ¿Dónde están esos
hijos de la Madre de Dios, que defiende la vida de esos niños nacidos en el
vientre de su madres?
—Al parecer la mayoría se
esconden.
—Pues eso al menos parece.
De todos modos María es nuestra Madre, y ella siempre estará al pie de la cruz de cada uno de sus hijos que Jesús, su Hijo e Hijo de Dios, le ha dado simbolizado en Juan, para acogernos, para consolarnos, para acompañarnos y para hablarnos de su Hijo. Gracias Madre, Madre de Dios y Madre nuestra.