Lc 6, 43-49 |
Cuando llegan los contratiempos, se descubre el
verdadero talento de la persona. Uno se afirma en su identidad cuando logra
rebasar la tormenta que amenaza su vida. Puede ser la ruina del trabajo con el
que se ganaba el pan, una muerte muy sentida en la familia o algo todavía más
íntimo. La fuerza de la tormenta pone a prueba lo que somos, y todo dependerá
de dónde y cómo hayamos edificado nuestra existencia para resistir cualquier
tempestad.
Hacía tiempo que Santiago había desaparecido de mi
vista. En muchos momentos lo recordaba, pero su presencia, antes tan frecuente,
se había diluido como una gota de agua bajo el sol. Como si hubiese muerto,
nada se sabía de él.
Absorbido en estos pensamientos, Manuel no advirtió
la llegada de su amigo Pedro.
—Te noto distraído, ¿te pasa algo? —preguntó Pedro
con mirada atenta.
—¡Ah!, nada. Pensaba en la ausencia de un amigo.
Hace meses que no lo veo. No sé qué le ha ocurrido.
—¿Lo veías con frecuencia?
—¡Sí, claro, todos los domingos! Y, a veces, entre
semana. Pero ahora… se ha evaporado.
—¿Crees que le habrá sucedido algo?
—No, me hubiese enterado. Supongo que se desorientó
con el último percance que sufrió, y su vida espiritual se ha ido desmoronando
poco a poco.
—¿Por qué llegas a esa conclusión? —replicó Pedro,
algo confuso.
—Porque llevaba una vida ordenada y asistía con
frecuencia a la misa dominical. Ahora, de repente, ha desaparecido.
—Pues sí —admitió Pedro—, tu sospecha tiene
fundamento.
—Eso me temo de mi amigo Santiago —continuó Manuel—.
Está muy bien explicitado por Jesús en el Evangelio de Lc 6, 43-49:
“¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo
que digo?” Todo el que venga a mí, oiga mis palabras y las ponga en práctica, os
voy a mostrar a quién se parece: es semejante a un hombre que, al edificar una
casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca..."
Y el Señor lo deja muy claro: quien escucha su
Palabra y no la pone en práctica, es semejante al que edifica su casa sobre
arena, sin cimientos; cuando llegan los torrentes, al instante se desploma y
grande es su ruina.
Y es que de lo que rebosa el corazón habla la
boca. Si nuestra vida la apoyamos en las cosas de este mundo, al llegar los
contratiempos, se derrumba.