Jn 21, 20-25 |
—Todos los días le pido a
Jesús, el Señor, que me haga discípulo suyo, porque esa es mi meta, seguirle.
Me sorprendió esa oración que
me confesó mi amigo Pedro. «Se hace difícil encontrar,
aunque realmente las hay, personas que en medio de este mundo pidan eso. No es
lo más corriente ni tampoco lo más frecuente». En esos pensamientos,
Manuel discernía sobre el seguimiento al Señor.
No cabe duda de que solo la
Gracia del Señor es la que puede darte esa capacidad de seguir al Señor. Porque
seguirlo exige una condición imprescindible: amar. Y es que en el amor está implícito
todo.
—¿Y has notado algún cambio?
—No es fácil advertirlo,
pero en el tiempo, al igual que crece la semilla sin apenas notarlo, vas observando
que te cuesta más odiar, buscar venganza, ensoberbecerte … y por otra parte descubres
que te esfuerzas más en escuchar, servir, perdonar … etc. Vas tomando
conciencia de que vas creciendo como persona en tu manera de vivir y de amar
tal como el Señor nos ama.
—¿Y cómo lo haces?
—Yo no lo hago, respondió
Pedro con absoluta seguridad, lo hace el Señor con su Gracia y Misericordia. Él
va modelándome en la medida que yo se lo voy pidiendo. Claro, yo colaboro
poniendo de mi parte todo lo que de Él he recibido. Sobre todo, la inteligencia
y voluntad recibida.
—Sí, estoy de acuerdo. También
yo creo que ese es el camino. Ser perseverante, confiar en que el Señor te
escucha y, si te conviene, te irá señalando el camino por donde debes ir y dándote
lo que realmente necesitas para que crezcas en amor y santidad.
—A veces - comentó Pedro - la cosa se tuerce.
Se complica el camino y no entendemos por qué ni lo que sucede. Ese es el sentido
de nuestras cruces, porque, a veces conviene experimentar el dolor para crecer
en amor.
—Sí, creo que es así. Tenemos
que confiar en el Señor, el sabe a qué obedece cada cosa y lo que conviene en
cada momento para nuestro bien y crecimiento. Son pruebas que sirven para
confirmar la veracidad y firmeza de nuestro amor.
Ambos amigos compartían sus vivencias sobre el seguimiento al Señor. Y es que seguirle nos compromete, pero nos da lo que realmente buscamos, la felicidad eterna. Porque de eso se trata, de estar eternamente con el Señor. Él es la Felicidad Eterna.