La necesidad del bautismo es
vital. Y lo es porque a partir de ese instante entra en ti el Paráclito –
Espíritu Santo – para guiarte – claro, con tu permiso – hacia el reino de tu
Padre Dios. Son palabras de Jesús: (Jn 14,21-26): En
aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos
y los … Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho».
De no recibir el bautismo
perdemos esa oportunidad, porque no entrará en nosotros el Espíritu Santo. De
alguna manera, voluntaria o involuntaria, le cerramos la puerta de nuestro
corazón al resistirnos. Porque, aceptar los mandamientos del Señor, tal y como
nos dice en el pasaje evangélico de hoy, es abrirnos a ser bautizados. Quien se
cierra se excluye del bautismo, por tanto se cierra al auxilio del Espíritu
Santo.
La impronta del amor de Dios está sellada en nuestro corazón, pero necesitamos la llama que lo encienda y la ponga en acción: amar como Él nos ama. Y sin el auxilio del Espíritu Santo nos será imposible: ¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu Amor!
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