Es evidente que todos tenemos experiencias de lo difícil que
es perdonar. Nos cuesta menos ser perdonados que perdonar. Necesitamos la
misericordia de los demás, como también ser misericordiosos. Todavía estaba
presente en su cabeza aquella discusión altisonante del otro día en la terraza.
«Se habrán perdonado» —pensó Pedro. Sentía
curiosidad por saber si se habían reconciliado, o, por el contrario, persistía
el rencor y la soberbia.
—¡Qué tal!, ¿cómo se encuentra usted? Le veo algo pensativo
y preocupado.
—Nada de eso, simplemente interesado en saber cómo reacciona
la gente. Estaba dándole vuelta a aquella discusión —¿recuerdas?—de la que
hablamos el otro día. ¿Qué habrá sucedido? ¿No sientes curiosidad por saberlo?
—¡Hombre!, claro, me gustaría. Siempre de las experiencias
se aprende, y si son buenos testimonios, mejor. El corazón te lo agradece.
Pero, al menos para mí, lo que prevalece es la misericordia. Es la prueba que
necesitamos para ser también perdonados.
—Me descolocas. ¿De dónde sacas eso?
—Andas muy despistado. Seguro que lo dices todos los días,
pero, quizás, no te das cuenta, o lo dices de forma rutinaria.
—¿A qué te refieres? No caigo en la cuenta.
—¿Rezas el Padrenuestro todos los días?
—Claro, y varias veces.
—Y cuando dices: «Perdónanos
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» ¿Caes ahora?
—¡Es verdad! ¡Vaya despiste!
—Suele pasarnos, a mí también, rezamos de forma rutinaria y
se nos escapan muchas cosas. Pedimos que se nos perdonen todos nuestros pecados
de la misma forma que nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Y eso significa
que si somos capaces de perdonar, también nosotros seremos perdonados. ¿Lo ves?
La misericordia es nuestra arma.
—Tienes mucha razón. Has despejado mis dudas, y aliviado mi cabeza.
Rezaré por esas personas.
—Sí, es muy necesario tener en cuenta a los otros. Jesús lo
dice claramente en Mt 18, 21-19,1 cuando en respuesta a la pregunta de Pedro: «Señor,
¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?» ¿Hasta
siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso
ajustar … Leerlo aclararía mucho la importancia de ser misericordiosos.
—¿Está en nuestras manos ser perdonados?
—Así lo dice Jesús. En la medida que perdonemos, seremos
perdonados. No hay duda. En esa parábola —del Rey que quiso ajustar cuentas— nos
lo deja claro.
La infinita Misericordia del Señor ha dejado la salvación en nuestras manos. No nos será fácil, pero sí posible, sobre todo con la asistencia del Espíritu Santo. La cuestión está en perdonar, para luego ser perdonado. Misericordia quiero y no sacrificio —Mt 9,13— nos dice el Señor. Y espera una cosa de ti: “Si quieres que Dios te abra Su puerta, empieza abriendo la tuya al perdón de los demás.”
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