Estuvieron tres años con el
Señor. Tres años escuchándole, viendo su manera de actuar y de desenvolverse
con la gente. Y, sobre todo, sus obras milagrosas. Sin embargo, no fue
suficiente para que, tras la Ascensión del Señor, se sintieran preparados. Es más,
estaban confusos, incrédulos y llenos de miedo.
Es evidente que necesitaban
algo más, y de eso se encargará el Espíritu Santo. El Señor se los dice muy
claro: (Jn 16,12-15): En aquel
tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros,
pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os
guiará hasta …
Y exactamente igual nos sucede a nosotros. El Espíritu, el mismo Espíritu, que recibimos el día de nuestro bautismo es quien se encargará de dirigir nuestra vida, fortalecerla, enseñarla y orientarla hacia el Camino, la Verdad y la Vida. Ahora, eso sí, tendremos que abrirle nuestro corazón y dejar que Él actúe. De lo contrario, nada podrá hacer, porque le es indispensable – somos enteramente libres – nuestro permiso. A nosotros nos corresponde dárselo.
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