Y en nuestra esperanza está la
impronta de que también nosotros venceremos. La tarea es, aparte de ingente,
durísima, hasta el extremo de que no podemos con ella. Y Jesús lo sabe, nos conoce
a la perfección. Es evidente que queremos a Jesús, y, por supuesto, seguirle,
pero el mundo, demonio y carne nos pueden, y seducen nuestras pasiones,
apetencias y deseos hasta el extremo de debilitarnos y de darle la espalda a
nuestro Señor.
Sin embargo, a todo esto,
Jesús, el Señor, responde, no con quejas e insultos, sino con ánimo y
esperanza. Nos invita a perseverar, a seguirle y a comprobar que Él vencerá al
mundo y a la muerte con su Resurrección. Sus Palabras nos llenan de esperanza y
de vida eterna. Y así lo vamos evidenciando en nuestro camino a lo largo de
nuestra vida.
Precisamente, ayer domingo celebrábamos la Resurrección del Señor. ¡Jesús, como nos ha prometido, ha Resucitado! ¡Y ha vencido a la muerte! ¡Su Palabra es Palabra de Vida Eterna! ¡Y volverá de nuevo, como nos ha dicho para, resucitados, ir con Él a esa moradas que también nos ha prometido!
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