Mt 20, 20-28 |
—Ahí se esconde la
diferencia, ¿entiendes, Pedro? No estamos para mandar sino para servir. En el servicio
se esconde la autoridad. Porque, no se trata de ser más, sino de servir más en
la medida de tus capacidades. De modo que, cuanta más capacidad, más servicio.
—Sin embargo, la realidad
nos dice todo lo contrario. La gente quiere mandar, ser los primeros y destacar
por encima del otro.
—E incluso, ser servido.
Buscamos ser primeros con el objeto de ser servidos, y no servir. Y Jesús,
nuestro Señor, nos dice todo lo contrario. Él ha venido a servir y a no ser
servido. ¿Te das cuenta?
—Claro que sí, me doy
perfectamente cuenta. Y entiendo que eso se nos hace bastante difícil. Ya lo
hemos advertido en los mismos apóstoles.
—Claro, es condición humana,
querer siempre estar por encima del otro. Ser importante y mandar. Así se lo
pidió la madre de los hijos de Zebedeo a Jesús.
—¿Y qué replicó Jesús? Lo
podemos leer en el Evangelio de Mt 20, 20-28: «No
sabéis lo que pedís». ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? Dícenle: «Sí,
podemos». Díceles: «Mi copa, si la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi
izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado
por mi Padre». Pero, más tarde,
les dice: «Sabéis que los
jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las
oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera
llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo
del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos».
—Esa es la clave, nos guste
o no nos guste.
—Y esa es la lucha de cada
día. Una lucha contra nosotros mismos, nuestros propios egos y deseos de ser
más que los otros. Es ahí donde precisamente advertimos la necesidad de la
asistencia y auxilio del Espíritu Santo. Solo con y en Él podemos vencernos a
nosotros mismos. ¿No te parece, Pedro?
—Sí, creo que esa es la
cuestión. Ponernos en manos del Espíritu Santo para alcanzar a ser servidores y
no servidos.
—Tú lo has dicho.
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