Mt 1, 28-23 |
Pedro se sentía orgulloso al descubrir parte de su
historia familiar. El árbol genealógico de su familia le parecía un tesoro que
deseaba compartir.
Al encontrarse con Manuel, le dijo:
—Buenos días, Manuel. ¿Cómo estás?
—Bien, gracias a Dios. ¿Y tú?
—También bien, y contento. He visto la historia de
mi árbol genealógico y me siento muy orgulloso. ¿Conoces el tuyo?
—Bueno, sé algo, pero no me he interesado a fondo en
conocerlo.
—Es muy interesante. Te ayuda a saber de dónde
vienes y quiénes fueron tus antepasados.
—Sí, claro. En el Evangelio de Mt 1,18-23 se cuenta
la genealogía de Jesús. Y allí hay de todo: buenos y malos, santos y pecadores.
Una lista donde también se muestra la fragilidad humana.
—¿Y eso no es un problema? —preguntó Pedro.
—Nada de eso —respondió Manuel—. Eso confirma que
Jesús, el Hijo de Dios, se encarna en nuestra humanidad, con una familia real,
con su historia. Dios no se asusta de la debilidad, sino que camina con su
pueblo.
—¿Cómo el Hijo de Dios…? —intentó replicar Pedro.
—¡El Hijo de Dios no quiso tener privilegios!
—interrumpió Manuel—. Nació pobre. Eligió a María, una joven sencilla y
humilde, que acogió al Hijo de Dios para que, por medio de ella, nos alcanzara
la salvación.
—¿De qué salvación hablas? —preguntó Pedro.
—De la salvación de Dios, que en el Evangelio de
Mateo se revela en Jesús, “Dios-con-nosotros”. Ese es su nombre: Emanuel.
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