A
nosotros nos toca ser sarmientos y nos será imprescindible – para tener vida –
estar unidos a la Vid. Él, la Vid, es nuestro Señor, y nosotros los sarmientos.
Una comparación que nos deja meridianamente claro que sin el Señor nunca
daremos frutos.
Frutos de
verdadero amor, gratuitos y sin condiciones. Porque, esa es la esencia
principal de la Vid, nos alimenta gratuitamente, y nos da vida de forma
incondicional y sin exigencias. Solamente, nos pide amar, es decir, dar frutos
de amor como Él nos lo da: sin condiciones y gratuitamente.
De modo
que queda muy claro. Tenemos que permanecer unidos al Señor para que nuestra
vida sea fecunda y dé frutos. Si nos falta ese alimento – Eucaristía –
quedaremos seco y terminaremos en el fuego eterno. Nuestros frutos dependerá de
nuestro unión con el Señor.
Él es esa savia Eucarística que nos da la Gracia para convertir nuestras obras, eliminando toda cizaña, en frutos de verdadero amor. Perseveremos, pues, en permanecer siempre unido al Señor.
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