lunes, 15 de diciembre de 2025

CONVERSACIONES BANALES

Mt 21, 23-27

      Cuando no interesa comprender algo porque molestan tus apetencias, tratas de hacer la vista gorda y agarrarte a la demagogia.

  Sucede en muchos colectivos que, para defender sus ideologías, utilizan el autoengaño: justifican la causa distorsionando la realidad.

    Esa mañana, la tertulia estaba animada. Se había entablado un diálogo sobre la traición. Mientras unos defendían la verdad, otros se inclinaban por justificar la traición.

      En estos tira y afloja, Manuel tomó la palabra.

     —Creo que no estamos siendo justos y no actuamos con seriedad. Si les parece, tendremos que partir de un punto común para llegar a una conclusión.

    Se hizo un breve silencio; muchos se miraron entre sí, hasta que finalmente uno de los que debatían dijo:

    —Estamos de acuerdo, buscaremos un punto común para partir de ahí. ¿Vale esa propuesta?

    Manuel, esbozando una leve sonrisa, asintió con su cabeza.

    —De acuerdo. Si les parece, digan ustedes la suya.

    Dando un paso hacia delante, Eusebio, que hacía de portavoz del grupo opositor, expuso:

    —Creemos que cuando defendemos nuestros intereses no estamos engañando, y menos traicionando.

    Manuel, mirándole con ternura y abriéndole su corazón, respondió:

   —Siempre y cuando lo que se exponga sea con sinceridad y limpieza. Porque puede ocurrir que detrás de esas palabras se escondan falsas intenciones.
  —¿En qué sentido dices eso? ¿Pones en duda nuestras palabras? —respondió Eusebio con cara de enfado.
   —Nada de eso, sino que cuando se oculta la verdad, se distorsiona la realidad con el propósito de justificarse. Es entonces cuando las personas se autoengañan al negar la verdad.

   Eusebio y los demás se quedaron sin palabras. No sabían qué responder e interiormente se daban cuenta de que sus intenciones no eran buenas.

    Al ver su reacción, Manuel leyó el libro que llevaba en la mano.

  —En Mt 21, 23-27, cuando los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercan a Jesús, mientras enseñaba en el templo, y de forma malintencionada le preguntan: ¿Con qué autoridad haces esto? Jesús les responde con otra pregunta, retándoles a responderles si le contestan: El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?

  Ellos se pusieron a deliberar: «Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le han creído?”. Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente porque todos tienen a Juan por profeta». Y respondieron a Jesús: «No sabemos».

   Jesús, por su parte, le dijo: «Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto».

   De la misma forma, hoy no conviene  entrar en conversaciones banales que no llevan a ninguna parte. Sabemos en quién y de quién nos fiamos y eso nos basta. Nuestra confianza y fe descansan en el Señor.

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