| Mt 21, 23-27 |
Sucede en muchos colectivos que, para defender
sus ideologías, utilizan el autoengaño: justifican la causa distorsionando la
realidad.
Esa mañana, la
tertulia estaba animada. Se había entablado un diálogo sobre la traición.
Mientras unos defendían la verdad, otros se inclinaban por justificar la
traición.
En estos tira y afloja,
Manuel tomó la palabra.
—Creo que no
estamos siendo justos y no actuamos con seriedad. Si les parece, tendremos que
partir de un punto común para llegar a una conclusión.
Se hizo un breve
silencio; muchos se miraron entre sí, hasta que finalmente uno de los que
debatían dijo:
—Estamos de
acuerdo, buscaremos un punto común para partir de ahí. ¿Vale esa propuesta?
Manuel,
esbozando una leve sonrisa, asintió con su cabeza.
—De acuerdo. Si
les parece, digan ustedes la suya.
Dando un paso hacia
delante, Eusebio, que hacía de portavoz del grupo opositor, expuso:
—Creemos que
cuando defendemos nuestros intereses no estamos engañando, y menos
traicionando.
Manuel,
mirándole con ternura y abriéndole su corazón, respondió:
Eusebio y los
demás se quedaron sin palabras. No sabían qué responder e interiormente se
daban cuenta de que sus intenciones no eran buenas.
Al ver su reacción,
Manuel leyó el libro que llevaba en la mano.
—En Mt 21,
23-27, cuando los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercan a Jesús,
mientras enseñaba en el templo, y de forma malintencionada le preguntan: ¿Con qué
autoridad haces esto? Jesús les responde con otra pregunta, retándoles a responderles
si le contestan: El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, del cielo o de los
hombres?
Ellos se
pusieron a deliberar: «Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le han creído?”. Si le
decimos “de los hombres”, tememos a la gente porque todos tienen a Juan por
profeta». Y respondieron a
Jesús: «No sabemos».
Jesús, por su
parte, le dijo: «Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto».
De la misma forma,
hoy no conviene entrar en conversaciones
banales que no llevan a ninguna parte. Sabemos en quién y de quién nos fiamos y
eso nos basta. Nuestra confianza y fe descansan en el Señor.
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