miércoles, 10 de diciembre de 2025

MI YUGO LLEVADERO, MI CARGA LIGERA

Mt 11, 28-30

    Le parecía que lo que vivía no era real. No comprendía cómo había caído en aquella espiral de acontecimientos donde el riesgo, el sufrimiento y el dolor no hacían más que aumentar. La situación era ya insoportable.

    —¡No puedo más! —gritó Benedicto, desesperado.

   Al levantar la cabeza y notar que muchos lo miraban, se ruborizó. Había perdido la ubicación. Observó a su alrededor sin entender dónde estaba.

    —¿Qué le sucede, amigo? —le preguntó Pedro, acercándose con ternura y compasión.

    Benedicto no supo qué decir. Lo miró con susto y con ojos que suplicaban perdón.

    —Supongo que me quedé medio dormido… y salió lo que llevo dentro.

    Manuel, que había escuchado en silencio, intervino:

    —No se preocupe. Lo que duerme dentro de nosotros es bueno sacarlo afuera, sobre todo si nos está haciendo daño. Pruebe a soltarlo… a liberarse.

    Benedicto, agobiado por todo lo que cargaba en su interior, confió en las palabras de Manuel. Cerró los ojos y dejó que su corazón se desahogara.

    —No encuentro sosiego ni tranquilidad. Estoy cansado, muy preocupado y agobiado por todo lo que cae sobre mis hombros…
    —Tenga paciencia —le dijo Pedro—. La desesperación no resuelve nada.

    Benedicto escondió la cabeza entre las rodillas y, rodeándose con los brazos, gritó:

    —¡No puedo más! ¡Estoy al límite de mis fuerzas!

    Entonces Manuel, con mirada compasiva, apoyó suavemente una mano sobre su hombro:

  —Tenga confianza. A veces nos sentimos abrumados, encerrados en callejones sin salida. Y la sensación de soledad es grande. Pero no estamos solos.
    —¿Qué puedo hacer? —susurró Benedicto—. Estoy desorientado y casi sin control.

    Manuel lo miró con cariño y le dijo:

    —En esos momentos, las palabras de Jesús son un bálsamo. Él nos dice: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les aliviaré…» (Mt 11, 28-30).

  Al escucharlas, Benedicto guardó silencio. Levantó los ojos al cielo y respiró con calma. Una serenidad nueva comenzó a nacer dentro de él.

  —Siento fortaleza… como un impulso para seguir luchando con sosiego y alegría. Parece que la esperanza vuelve a mí.

    Manuel, al verlo, elevó también la mirada al cielo:

  —Vivir acompañados por Jesús aligera el peso, apacigua el corazón y renueva las fuerzas. Con Él, incluso la carga más pesada encuentra sentido.

  El rostro de Benedicto, aunque aún marcado por su cruz, reflejaba ahora confianza, esperanza y una renovada determinación para seguir adelante.

  Las palabras del Señor —«Mi yugo es llevadero y mi carga ligera»— habían sido para él fuente de descanso y fortaleza.

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