Aquellos momentos,
imagino, tuvieron que ser trágicos. Pobre, indefenso, arruinado, alejado de su
casa y de la protección de su padre, aquel hijo estuvo a punto de la
desesperación y de cualquier disparate. Sin embargo, le pudo la razón y la
confianza en la misericordia de su padre. Su conclusión fue confiar en el padre
y regresar a casa.
La pregunta que
nos lleva a la reflexión es: ¿Qué hubiésemos hecho nosotros? ¿Confiar en la
misericordia de nuestro padre, o, desesperado hundirnos en la perdición? La
parábola del hijo pródigo o, también conocida del Padre amoroso, nos señala el
verdadero camino a tomar. Tenemos un Padre Infinitamente Misericordioso, y eso
nos debe servir para no desesperar sino, tras reconocer nuestros pecados,
levantarnos y volver a la Casa del Padre.
Porque, en ningún
lugar estaremos mejor que con el Padre. Nuestro querido Padre, que nos ha
creado, nos ha dado todo lo que somos y tenemos, y nos quiere con un Amor
Misericordioso hasta el extremos de, encarnado en Naturaleza humana, segunda
Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo Predilecto, entregar su vida por
nosotros.
¿Se puede querer más? Y nos espera con una paciencia infinita, para acogernos, abrazarnos y perdonar nuestros pecados. La mejor opción, nuestra mejor opción es levantarnos y volver a casa. Se nos permite pecar, pero no quedarnos en el pecado.