La experiencia nos
lo descubre y la vida nos lo corrobora, compararse es odioso. Y lo es porque
encontrarás a uno más generoso que tú; encontrarás a alguien más dado que tú; te
toparás con alguien más desprendido que tú; tropezarás con alguien más
misericordioso que tú, y así sucesivamente. Siempre hay alguien mejor. Y esas
comparaciones sólo consiguen provocar odio, ira, venganza, envidia, enfrentamientos y hasta
muertes.
Y por el otro
extremo darás con alguien más débil que tú; más egoísta que tú; más pobre que
tú; menos desprendido que tú; menos generoso que tú y, en consecuencia, menos
que tú. Y eso conseguirá en ti hacerte más prepotente, más suficiente, más
engreído, más valorado y colarte en un pódium más elevado del que realmente
tienes. Te ayudará a ser indiferente ante los demás y a creerte mejor. Erróneo
camino que no te lleva a ninguna parte.
Un mirada humilde
e interior suavizaría nuestra forma de actuar y comportarnos. Mejor mirar para
las vigas que obstaculizan nuestras miradas antes que las motas que impiden la
de los otros. Porque, toda maduración y crecimiento empieza por vernos primero
a nosotros tal y como somos, no tal y como queremos ser. Y es que en la medida
que actuamos y nos damos a conocer, mostramos evidentemente tal y como
realmente somos. Nuestras palabras nos desnudas y nos muestral tal y como
somos. De la abundancia del corazón, habla la boca.
Quizás apresurados por nuestra codicia y vanagloria queremos guiar y lo que hacemos es descarrilar. Creemos saber y lo que hacemos es meter a otros en la ignorancia o en el error. Conviene, pues, dejar que el Espíritu, que ha venido a nosotros en la hora de nuestro bautismo, rebose en nosotros hasta manifestarse de manera visible en nuestra vida.