Una forma
nueva de pensar, de ver las cosas y de sentirlas. Y para eso es imprescindible
nacer del Espíritu y tomar sus valores, muy diferentes a los nuestros. De ahí
que para ver el Reino de Dios hay que transformarse plenamente con el agua y el
Espíritu del Bautismo. Porque, sólo, en y con el Espíritu Santo, podemos transformar
nuestro corazón endurecido en un corazón suave, bueno, humilde, generoso,
paciente y comprensivo.
Y capaz
de darnos con gratuidad, con misericordia, con compasión; con preferencia
por los más débiles, necesitados y pobres. Y todo eso apoyados y confiados en
Dios. Porque, nuestros valores son totalmente contrarios a los del Reino, y
sólo inmersos en el Espíritu Santo podemos cambiarlos. De ahí que necesitamos
nacer de nuevo, un nacimiento en el Espíritu Santo que nos cambie interiormente
nuestros valores y manera de ver las cosas con preferencia para los más desfavorecidos,
marginados y excluidos.