Es evidente que debemos
colaborar con el débito de los impuestos. En conciencia es nuestra aportación
solidaria a la sociedad de la cual obtenemos también beneficios. Otra cosa es
el abuso de aquellos que lo imponen y reciben, y de su relativa administración.
De cualquier manera debemos cumplir con nuestra obligación de contribuir con
nuestros impuestos al bien de la sociedad y de los pueblos.
Sin embargo, los
fariseos persiguen otra finalidad. Buscan enfrentar a Jesús con el Cesar y
tener motivos para acusarle y matarle. En esas malas intenciones le pregunta de
manera capciosa sobre la licitud de pagar impuestos al Cesar. Tratan de buscar
motivos que le desacrediten y que le enfrenten al poder dominante que ostentan
ahora los romanos.
¿Y nosotros, qué buscamos? Porque esa es la
pregunta que nos toca responder. No se trata de buscar si debo pagar o no
pagar. Se trata de creer o no en la Palabra de Jesús. Y si lo que busco es
rechazarla porque no la acepta mi corazón soberbio y egoísta, busco situaciones
que justifiquen mi razonamiento y mi decisión de rechazo.
Ahí está la cuestión, dar al Cesar lo que le
pertenece y a Dios lo que es de Dios. ¿Y qué es lo que es de Dios? ¿A quién
pertenece mi vida y todo lo que en ella he conseguido y tengo? Porque, si concibo
que soy criatura de Dios y a Él debo todo mi ser, mi vida y lo que realmente
soy, ¿qué y cómo debo comportarme y relacionarme con Él?
Dentro de nosotros mismos, en lo más profundo de nuestros corazones está sembrada la semilla del Amor. Un Amor que nos viene dado gratuito por nuestro Padre Dios, Creador de todo lo visible e invisible. A Él pertenecemos y a Él, solo a Él cada uno de nosotros debe su propia existencia y su propia vida.