Mt 17, 1-9 |
También nosotros
tenemos un Jerusalén al que subir y una plenitud a la que llegar. Se trata de
dar el amor pleno que está en nuestra manos y en nuestra capacidad de amar. Esa
es la misión, amar hasta el extremo de nuestras capacidades recibidas. Son los
talentos que tenemos que negociar.
La experiencia del
Tabor es una experiencia que necesitamos, no solo recordar, sino experimentar
en muchos tramos de nuestro camino. Es la acción de sentirnos plenos, eufóricos,
con ganas, entusiasmados y llenos de gozo, pero también el hecho de vencer esa
tentación de sentirnos gozosos con el Señor y acomodarnos en su contemplación y
compañía. Es necesario seguir el camino, complicarnos la vida, luchar contra la
desgana, el dolor y sufrimiento. Vencer la tentación de quedarnos y estancarnos.
Experimentar que tras el dolor se encuentra el gozo, y tras la muerte la
plenitud eterna.
Nunca debemos perder el recuerdo del Tabor, porque ese es el lugar a donde nos dirigimos. Pedro, Santiago y Juan lo experimentaron aunque no llegaron en ese momento a darse cuenta. Porque, sí, es verdad, nuestra meta es llegar a sentirnos gozoso y plenos ante la presencia del Señor – nuestro Tabor – pero eso pasa por el camino hacia nuestro Jerusalén. Un camino de amor misericordioso y de muerte en la hora de nuestro final en este mundo.