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(Jn 1,29-34) |
El Bautismo de Jesús le señala como el enviado e Hijo de Dios, y en quien está el Espíritu. No es un acto protocolario ni uno más, es la señal del comienzo de la Buena Noticia de Salvación. Ha llegado el Hijo de Dios y, bautizado en la presencia del Padre y asistido por el Espíritu Santo, inaugura oficialmente, por decirlo de alguna manera, la llegada del Reino de Dios. Estamos salvados en Él.
Él es el anunciado a todas las naciones en el libro de Isaías 49, 3, 5-6; es también el proclamado por Simeón, Lc 2, 29-32, y señalado por Juan Bautista: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: ‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel».
Jesús es el Hijo de Dios, el enviado, el Mesías que viene a salvar al mundo. Está ya anunciado y profetizado, y Juan lo proclama como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Todo el plan de Dios está pensado para que llegado ese momento, Jesús fuera bautizado y proclamado el Mesías esperado. Con Él llega el Reino de Dios.