Lc 17, 5-10 |
Aquel
joven maldecía su hora y se arrepentía de estar vivo. En esos momentos de furor
y rabia, deseaba no haber nacido para dejar de sufrir. Su enfermedad,
silenciosa y agresiva, avanzaba sin prisa, pero sin pausa. Y precisamente por
eso, resultaba aún más temible y punzante.
Pedro,
después de oír aquellas palabras, agachó la cabeza y no supo qué decir. Salió
de aquella habitación descompuesto, sin encontrar una palabra de consuelo. Todo
le parecía nefando, y, apresurando sus pasos, buscaba con urgencia la salida
del hospital.
Ya
en la terraza, algo más relajado, aquel retintín no le había abandonado. Miró
con pena a su amigo Manuel, que acababa de llegar, y, apesadumbrado, le
preguntó:
—¿Qué
piensas de aquel que, ante el sufrimiento, reniega de su nacimiento y desea la
muerte?
—No
puedo responder a eso —dijo Manuel con calma—. Primero, porque no puedo llegar
a experimentar el sufrimiento de esa persona. Y segundo, porque solo Dios sabe
lo que hay dentro de su corazón. Sería un error opinar o aventurar una
respuesta.
—Sí,
estoy de acuerdo, pero… algo debemos pensar u opinar… ¿no te parece?
—Sí,
debemos tener algún criterio sobre el dolor. Pero otra cosa muy distinta es juzgarlo,
sobre todo cuando se trata del dolor ajeno. Sin embargo, miro a Jesús (Lc
17, 5-10) y trato de buscar luz en Él. En ese pasaje nos habla de la fe, de
estar agradecidos por lo que hemos recibido y por lo que debemos hacer. Eso da
mucha luz… y mucha paz.
—Pero…
—respondió Pedro con rostro angustiado.
—Teniendo
a Dios en tu vida, a tu lado, todo cambia —dijo Manuel— interrumpiéndole, con
un tono sereno y confiado. Él da sentido a toda nuestra vida.
En
la vida no todo nos irá siempre bien. Es así. No obstante, siempre tendremos a
Dios con nosotros: Emmanuel, “Dios con nosotros”. Es una invitación a estirar
los brazos y saltar hacia Él, confiando en que nos tomará y no nos dejará caer.
Vivir
así lo cambia todo: las angustias se suavizan, los miedos ceden, porque sabemos
que estamos en buenas manos. Del libro. (¿No lo ves? ¡Está a tu lado!).
Eso —algo de eso— es tener fe. Necesitamos seguir pidiendo, como los discípulos: «Señor, auméntanos la fe», para vivir de otro modo y mirar todos los acontecimientos desde la confianza y la esperanza.