miércoles, 26 de julio de 2023

INCLUSO DONDE HAY DIFICULTADES PARA GERMINAR ESTÁ LA PRESENCIA DE DIOS.

El sembrador esparce la semilla por todas partes. Es decir, no la siembra simplemente en tierra buena sino que la deja en toda clase de tierra: tierra de camino, pedregosa, abrojos o buena. A cada una le da la oportunidad de que permitan a la semilla germinar hundiendo sus raíces en la tierra y dar frutos.

¿Qué sucede entonces? Que las condiciones de cada tierra serán determinantes para que la semilla pueda hundirse en la tierra, germinar, echar raíces y dar frutos. Una tierra camino y dura impedirá que la semilla pueda echar raíces; una tierra pedregosa ahogará las raíces y secará la semilla. Una tierra de abrojos robará la savia y dejará débil y sin frutos a la semilla sembrada. Solamente una tierra buena dejará que la semilla eche raíces y dé frutos.

Nosotros somos esa tierra y en nuestros corazones tenemos tierra buena, pero también dura, pedregosa y con abrojos. Nos tocará a cada uno poner todo lo que tenemos de bueno para limpiarnos, abonarnos y quitarnos todo aquello que molestará a esa buena semilla sembrada – Palabra de Dios – en nuestros corazones para que dé frutos. Y eso el Sembrador lo ha dejado a nuestra libertad y esfuerzo. Tomaremos el camino estrecho o ancho según queramos y nos apetezca. Será nuestra decisión la que determine el camino a seguir.

Y esto lleva su tiempo, su proceso y su recorrido. Tenemos toda una vida para llenarnos de paciencia, de tranquilidad y, sobre todo, de fe. No podemos perder de vista que el Sembrador quiere que la semilla sembrada dé frutos y que nosotros debemos evitar que esa semilla se quede en terreno baldío. Pero, sobre todo, que cuando las cosas se ponen muy difíciles tengamos muy presentes que el Sembrador está dispuesto a ayudarnos, a preparar nuestros corazones, a sembrarlos arándolos y limpiándolos con su Palabra hasta el extremos de que den frutos. Otra cosa es que no le dejemos hacerlo y que nos cerremos a su intervención.

Conclusión: Pongamos nuestra tierra a su disposición y dejemos que Él meta el arado de su Amor Misericordioso y la prepare para que abonada por su Gracia demos 30, 60 o 100 % de los frutos que Él espera de cada uno de nosotros.