El sembrador
esparce la semilla por todas partes. Es decir, no la siembra simplemente en
tierra buena sino que la deja en toda clase de tierra: tierra de camino, pedregosa,
abrojos o buena. A cada una le da la oportunidad de que permitan a la semilla
germinar hundiendo sus raíces en la tierra y dar frutos.
¿Qué sucede entonces?
Que las condiciones de cada tierra serán determinantes para que la semilla
pueda hundirse en la tierra, germinar, echar raíces y dar frutos. Una tierra
camino y dura impedirá que la semilla pueda echar raíces; una tierra pedregosa
ahogará las raíces y secará la semilla. Una tierra de abrojos robará la savia y
dejará débil y sin frutos a la semilla sembrada. Solamente una tierra buena
dejará que la semilla eche raíces y dé frutos.
Nosotros somos esa
tierra y en nuestros corazones tenemos tierra buena, pero también dura,
pedregosa y con abrojos. Nos tocará a cada uno poner todo lo que tenemos de
bueno para limpiarnos, abonarnos y quitarnos todo aquello que molestará a esa
buena semilla sembrada – Palabra de Dios – en nuestros corazones para que dé
frutos. Y eso el Sembrador lo ha dejado a nuestra libertad y esfuerzo.
Tomaremos el camino estrecho o ancho según queramos y nos apetezca. Será nuestra
decisión la que determine el camino a seguir.
Y esto lleva su
tiempo, su proceso y su recorrido. Tenemos toda una vida para llenarnos de paciencia,
de tranquilidad y, sobre todo, de fe. No podemos perder de vista que el
Sembrador quiere que la semilla sembrada dé frutos y que nosotros debemos
evitar que esa semilla se quede en terreno baldío. Pero, sobre todo, que cuando
las cosas se ponen muy difíciles tengamos muy presentes que el Sembrador está
dispuesto a ayudarnos, a preparar nuestros corazones, a sembrarlos arándolos y
limpiándolos con su Palabra hasta el extremos de que den frutos. Otra cosa es
que no le dejemos hacerlo y que nos cerremos a su intervención.
Conclusión: Pongamos nuestra tierra a su disposición y dejemos que Él meta el arado de su Amor Misericordioso y la prepare para que abonada por su Gracia demos 30, 60 o 100 % de los frutos que Él espera de cada uno de nosotros.
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