miércoles, 7 de octubre de 2015

ORAR: RELACIÓN DE HIJO A PADRE

(Lc 11,1-4)


La respiración es la eternidad del corazón, si falta aire, se acaba el tiempo y el corazón se para. Orar es como si respiráramos, porque de no orar nuestra relación con Dios sería imposible. Es indudable que la vida se sostiene por la respiración. Sin respirar no vivimos, y respirando conseguimos vivir para, en la vida, buscar lo que necesitamos, pero fundamentalmente a Dios por la oración, nuestra respiración espiritual.

Es así que, de la misma forma el amor escondido en nuestro corazón, quizás dormido y sometido por las pasiones y ofertas de este mundo, sale a la luz y despierta por la oración.. La oración que nos une al Padre, y en Él encontramos las fuerzas y la capacidad para amar y luchar contra nuestros propios pecados que amenazan con destruirnos.

La oración que Jesús nos enseña es la oración que nos sostiene en un Padre Bueno, que nos ama y nos da todo aquello que necesitamos y nos conviene para nuestra salvación. Dios quiere salvarnos, es el mayor deseo del Padre, y no puede darnos nada de aquello, que quizás gustándonos a nosotros, no nos conviene porque es malo para nuestra salvación y puede perdernos.

El amor no es dar ni consentir todo, sino que vigila y aparta todo aquello que, aun aparentemente bueno, es un peligro para nuestro bien. Sabemos, por experiencia, que la plena felicidad no se apoya en lo fácil y lo placentero, sino que cuesta sudor y sangre.

Tener un Padre como el que nos revela y ofrece Jesús, es tener el Padre que todo lo que necesitamos nos lo garantiza en el Hijo. Pero, no solo lo que necesitamos, sino también de las amenazas y peligros que nos acechan en este mundo caduco.

Jesús nos enseña a adorar y a pedir al Padre todo lo que necesitamos cada día. Vivir en Él y con Él, en su presencia santificándolo a cada instante, porque todo lo vivido está en Él y se realiza por Él, y haciendo su santa Voluntad.