Simplemente, desde
el primer mandato que nos da Padre Dios, amar al prójimo como a ti mismo
implica no desear ni querer hacerle al otro lo que a ti no te gustaría que te
hicieran. Luego, ¿cuál es el origen de las rupturas matrimoniales? ¿Estás pensando
en ti, en tus egoísmos, apetencias, caprichos, intereses, satisfacciones…etc.?
¿Y sin pensar en tu compañero o compañera te buscas olvidándote del daño que
puedes hacerle al otro? ¿Crees y piensas que eso es correcto? ¿Es eso – las rupturas
– defender tanto al hombre como a la mujer? ¿Y los hijos?
La cosa es mucho
más seria de lo que parece a simple vista. Y Jesús, el Señor, la aborda con una
sabiduría inimaginable. El Señor sabe lo que anida en el fondo de nuestros
corazones y lo que fragua la ruptura del santo matrimonio. Incluso del civil. La
verdadera sustancia del amor está en el medio y, como quien tira un deshecho a
la basura, rompe ese compromiso irresponsablemente como si se tratara de algo
normal y transitorio. Está claro que detrás de todas las rupturas y
separaciones anidan egoísmos, satisfacciones, placeres, intereses y caprichos
egoístas.
Cuando te sinceras
contigo mismo y, seriamente, te enfrentas a lo que te dice tu corazón, empiezas
a ver las cosas de otra manera. Quizás experimentes que no tienes fuerzas, que se
te hace imposible subsistir y vencer esos deseos concupiscentes, placeres,
intereses y todo lo que entra dentro de ti. Pero, si eres capaz de reconocerlo
¿acasos has pensado que tú puedes vencerte solo? ¿No crees que necesitas la
paz, la sabiduría y fortaleza del Espíritu Santo? ¿Has olvidado que Él está
contigo desde la hora de tu bautizo?
Posiblemente en
ese momento tu matrimonio puede ser esa cruz que tienes que cargar. Y desde que
la aceptes con amor, que lo hubo y lo tiene que haber, todo empezará a cambiar.
Ese yugo se irá haciendo suave y ligero. Y esa cruz será la fuente de tu
felicidad plena y eterna. ¡Te lo aseguro!