jueves, 30 de octubre de 2025

UN HOMBRE AMENAZADO

Lc 13, 31-35

    Sebastián era un hombre bueno. En muchas ocasiones había dado la cara por sus compañeros, y en el trabajo estaba siempre disponible para ayudar. En esta ocasión escuchaba atentamente a otro amigo sus desconsoladas palabras. Había tenido un grave percance y se dolía amargamente.

    Sin embargo, había otros a los que les molestaba la forma de actuar de Sebastián. No soportaban su bondad ni su generosidad con los demás. Mientras él era considerado una buena persona, los otros cargaban con la fama de ser malos y desconsiderados. Y eso los llenaba de envidia.

     Sí, la envidia corroe el corazón, lo endurece y acaba queriendo borrar todo lo que refleja el bien que uno mismo no tiene. Esa era la reacción que, poco a poco, se iba fraguando en el corazón de aquella mala gente, endurecido por el buen actuar de Sebastián.

     Antonio era el que más influía en el grupo, y propuso darle un escarmiento. La envidia —ese sentimiento de pesar ante las buenas acciones de Sebastián— lo entristecía hasta el punto de querer humillarlo.

    Era un día espléndido. Brillaba el sol y la temperatura otoñal refrescaba como si de un abanico se tratara. A eso del mediodía, la terraza estaba animada. Se hablaba con pasión y buenos deseos. El ambiente desprendía una atmósfera constructiva. Hacía breves segundos que Sebastián, frecuente tertuliano, se había incorporado.

    —Buenos días, Sebastián —dijeron muchos al verlo llegar.
    —Buenos días —saludó Sebastián levantando las manos—. Buen día y mejor ocasión para tomar un buen café acompañado de tan agradable tertulia.
    —¿Qué es de tu vida? —dijo Manuel mirándole con dulzura a los ojos. Hacía algún tiempo que no aparecías por aquí.
    —Sí, hay etapas en que el trabajo te lo impide. Otras veces se añaden tareas imprevistas, relaciones, compromisos, favores, amigos… y se pasa el tiempo sin poder visitar otros ambientes, acaso tan agradables como la tertulia.
    —Gracias por el cumplido, amigo —respondió Manuel.
    —Bueno —dijo Pedro, que también estaba entre los tertulianos—. ¿Tienes alguna noticia o algo que contarnos?
   —La vida siempre te pone piedras en el camino, y hay que sortearlas con paciencia y esperanza.
    —¿Te refieres a algo concreto? —preguntó Manuel.
   —Sospecho de cierto grupo que maquina alguna maldad contra mi persona. No sé qué pretenden, pero supongo que tratan de apartarme e impedir mi forma de proceder y ver las cosas.
    —¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Manuel.
   —Hay algunas señales revestidas de amenazas que me alumbran esa intención. Pero lo tengo claro: pase lo que pase, y sea lo que sea, seguiré adelante con mi forma de ser y actuar. Me asiste mi fe y mi esperanza en el Señor.
  —Sabias palabras —irrumpió Manuel exultante—. Parece una repetición de lo que dijo Jesús (Lc 13, 31-35), cuando le aconsejaron que abandonara Jerusalén porque Herodes le quería matar. Creo que te asiste el Espíritu Santo.
 
    Toda la tertulia escuchaba extasiada y expectante. La persona y actitud de Sebastián gustaban y edificaban. Y hubo hasta aplausos cuando reveló que estaba dispuesto a seguir.

    Jesús, según ese pasaje evangélico que citó Manuel, no es un hombre que se arredre ante amenazas. Él está centrado en su misión de sanar y liberar, y no permitirá que nadie le desvíe de su tarea, menos aún Herodes, un hombre sanguinario.
    
    Como Jesús, también Sebastián decidió mantenerse fiel a su misión, confiado en que el bien nunca se deja vencer por la amenaza.