Y es que
experimentamos que la fe es un don de Dios. Aunque nos empeñemos en creer, no
podremos por nuestra cuenta, pues siempre habrá un atisbo de duda, de
incredulidad, de pensar de que quizás esto no saldrá como queremos o pedimos.
La fe tendría que ser certeza absoluta, como que yo ahora estoy escribiendo. Y
eso no podemos conseguirlo nosotros. Es un don que nos da Dios, y por eso hay
que pedírselo.
Sin embargo, eso
no quita para que nosotros la busquemos, la pidamos y nos esforcemos en fiarnos
de la Palabra del Señor. Nuestra razón, para algo la tenemos, si nos da motivos
y razones para creer y confiar en el Señor. Otra cosa es esa fe de la que
hablamos y con la cual, como nos dice el Señor, podemos mover montañas.
Tengamos pues perseverancia y pidamos al Señor que nos aumente cada día un poco más esa fe que necesitamos para hacer su Voluntad sin la menor duda.