No es cosa de uno,
sino de varios. Es decir, se trata de la comunidad, porque la verdad, lo hemos
oído decir muchas veces, está en la comunidad. Nunca el juicio puede estar
anclado y poseído en una persona. Eso es malo y sujeto a error. Sucede hoy en
nuestro país. Si el poder se concentra en una persona, aún con buenas
intenciones, se ejerce mal y tiránicamente.
El juicio está en
el discernimiento de la comunidad. Las palabras de Jesús no van referidas a uno
sino a todos: Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el
cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Por tanto es la comunidad la que debe reunir el discernimiento de todos y emitir
el juicio. Y, por supuesto, siempre a la luz del Espíritu Santo.
El poder de atar y
desatar no es conferido a sujetos aislados que pueda ejercerlo de manera
tiránica, sino que es patrimonio de una comunidad llamada a discernir, a partir
del amor fraterno y de la oración (del Evangelio diario en la compañía de
Jesús). Eso nos descubre y explica la necesidad de caminar juntos, de ir
enlazados por el Espíritu de Dios en la misma Barca – la Iglesia – a pesar de
las tormentas, las desviaciones, los aislamientos o los afanes de poder.
Es evidente que no vamos solos y que la Barca, a pesar de los pecados de los marineros, el Capitán – Espíritu Santo – la lleva firmemente a buen puerto. Simplemente, nosotros que queremos y deseamos ir enrolados en ella, tratemos de dejarnos guiar y obedezcamos sus órdenes apoyados en una fe firme sobre roca.