miércoles, 10 de enero de 2024

UN MUNDO INQUIETO DE ANHELOS Y BÚSQUEDAS QUE TRASCIENDEN.

Es evidente, y en eso todos estaremos de acuerdo, de que el mundo está inquieto. No para de preguntarse cosas, despertar anhelos, emprender búsquedas, tener hambre de proximidad y sed de sentidos. Y en esa corriente el mundo avanza técnicamente y mejora su estado de vida. Muchos piensa que el mundo puede autorrealizarse. Sin embargo, también constatamos que el avance espiritual no va a la par con el técnico. Mientras se adelanta en la ciencia, la moral parece involucionar y relativizarse.

Estamos viviendo una etapa en la que la verdad aparece disfrazada de mentira. Todo se relativiza y se acepta como verdad según cada cual la interpreta. El hombre toma el mando y dirige su propia vida. Sin embargo, ante tanta espectacularidad el mundo sigue impotente y enfermo, y la muerte amenaza victoriosa cuando llega su momento.

Jesús vive, en su tiempo y paso por este mundo, una realidad donde su presencia despierta esa inquietud de salvación. Acuden a Él muchos rogándole que les cure y su fama va extendiéndose a paso agigantado. Sin embargo, pocos descubren la enfermedad de su alma y la medicina de la Palabra que sale de la boca de Jesús. Pero, también, otros pueblos tienen esa necesidad y Jesús se mueve, camina y acude a otros lugares necesitados de curación, escucha de la Palabra y salvación.

Es evidente que las curaciones en este mundo son temporales, pues sabemos con certeza que llegará nuestra hora. Por tanto, si hoy somos curados, mañana llegará el día que nuestro recorrido por este mundo se acabe. De manera que lo lógico será pensar que lo verdaderamente importante será salvar nuestra alma que será eterna. Salvarla, al ser eterna, no de morir sino de que esa eternidad sea gozosa, feliz y plena de gloria junto a nuestro Padre Dios.

Y es ese avance el que verdaderamente importa. De nada vale mejorar tanto durante nuestro camino por este mundo si no mejoramos en amor y misericordia – verdadero tesoro – que es lo que realmente nos salva de perder la eternidad que nos espera junto al Padre. Acudamos a Jesús, no solo para que nos cure el cuerpo, sino también el alma que nos da la vida eterna en plenitud de gozo y felicidad.