miércoles, 7 de abril de 2021

TAMBIÉN TÚ CAMINAS HACIA EMAÚS

Lc 24,13-35

He de confesar que en muchos momentos de mi vida he sentido deseos de retirarme, de entender la andadura de mis últimos años como un dulce retiro de gozo y comodidades que mis posibilidades me puedan permitir. Y confieso que esa era la forma que había pensado y concebido como el ideal de mi jubilación. Sin embargo, sin darme cuenta y, como llevado por un impulso interior - Espíritu Santo - me he sentido envuelto en una dinámica diferente, comprometida y sin apenas tiempo de reposo y de relajamiento.

Mi huida a mi Emaús particular se ha visto interrumpida por un compromiso progresivo de anuncio, tanto escrito como de palabra, de la Buena Noticia. Y ese compromiso me ha despojado de asentarme en mis comodidades y placentera vida. No puedo decir cómo fue ni cómo empezó. Por eso, pienso y creo que ha sido obra del Espíritu de Dios que me ha ido llevando donde, a pesar de las dificultades y obstáculos, yo quería estar.

No cabe ninguna duda que Jesús Resucitó y que se les presentó a aquellos dos discípulos que habían arriado su fe y regresaban de vuelta a su aldea de Emaús. Y su presencia bastó para que sus corazones ardieran de nuevo encendiendo su fe. Porque, Jesús se presenta y se descubre a aquel que de alguna manera le busca, le llama y quiere seguirle. Esa creo que es la razón de que se me haya presentado a mí también en mi vida. No tan claramente como a aquellos discípulos camino de Emaús, pero sí, poco a poco, en el camino de mi vida indicándome y señalándome la senda por donde debo ir.

Y lo experimento en estos momentos con gozo y alegría. Entiendo y veo que de haber ido por otro camino, creyendo que iba a encontrar la felicidad que todos buscamos, me habría equivocado. La verdadera felicidad se esconde detrás del esfuerzo, del sacrificio y del amor generoso y entregado gratuitamente a los demás, buscando precisamente su bien.  Y Emaús significa lo contrario.