El valor no está
en el beneficio general, es decir, en la cantidad, sino en la cualidad. Cada
persona es un valor sea su tiempo y su momento productivo. La edad no es ningún
signo de cantidad – beneficio – sino lo verdaderamente importante es la
cualidad de esa persona en concreto. Así es la mirada de nuestro Padre Dios y
la que nos enseña y anuncia su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Cada persona es un
valor por sí misma, y, sobre todo, por ser hijo/a de Dios. Su valor y dignidad
le viene dada por esa condición: ser hijo/a de Dios. Y su pérdida nos debe
movernos a salir en su búsqueda, en su recuperación, en su alivio y salvación.
Eso es lo que nos dice hoy nuestro Señor al hablarnos de la alegría que nos produce
el recuperar y encontrar a la oveja perdida.
Para nuestro Padre Dios no somos un número entre cien. Y si se ha perdido una, quedan noventa y nueve todavía. ¡No, nada de eso! Para Dios, nuestro Padre, somos uno/a, que unidos a otros unos/as dan el total. Cada uno es único y presenta un singular ser, único para nuestro Padre Dios, que nos quiere con una Amor Infinito y Misericordioso. Y viene y quiere salvarnos personalmente. Somos algo muy importante para Él. No un número entre muchos.