No se entiende que haya enfrentamientos entre los hombres para defensa de Dios. Porque un padre, y menos Dios, no puede estar enfrentado con sus hijos. Pues si le ofenden a alguno, también le están ofendiendo a Él. Caemos en contradicciones traicionados por nuestro propio corazón enfermo y débil.
La única manera de demostrarle a Dios que hablamos en serio y que lo que le decimos se corresponde coherentemente en nuestras vidas, es realizando lo que a Él le decimos en los hombres. Amigos y enemigos. Mejor en los enemigos porque la prueba tiene más fuerza y más credibilidad. Y eso no lo ha dicho nadie antes que Jesús, que, primero, nos lo demuestra entregándose voluntariamente y libremente en una muerte de Cruz por ti y por mí.
Por eso, Jesús no puede expulsar demonios en nombre del Maligno, porque eso sería beneficiar al hombre, y el Maligno busca la perdición del hombre. ¿Cómo se va a expulsar el mismo? Un reino no puede permanecer estando dividido, nos explica Jesús, porque no podría mantenerse. Procede, pues, cuidar que el Maligno no entre en nuestra casa y se apodere de nuestro corazón, y para ello debemos estar vigilantes y atentos.
Porque si en nuestro corazón entran otros espíritu, dificultan la labor y la acción del Espíritu Santo, y entorpeciéndola, pueden confundirnos y desviarnos de su dirección y guía. Y eso nos exige tener muy bien guardada nuestra llave, la oración y escucha atenta a la Palabra de Dios, y la vigilancia y fortalecimiento de nuestra alma en la Eucaristía, alimento de nuestro cuerpo y alma.
Pidamos al Señor la sabiduría y la luz para advertir la proximidad del Maligno e impedir que se introduzca en la intimidad de nuestro corazón dificultando la acción del Espíritu Santo. Señor y dador de Vida, que nos protege, nos fortalece y nos guía hacia la Casa del Padre Dios. Amén.