| Mt 11, 16-19 |
—Nos parece imposible, pero la realidad nos lo descubre. Esta generación
nunca se implica; parece adormecida y no reacciona —decía Juan José, uno de los
tertulianos más inquietos.
—¿A qué te refieres? —preguntó Pedro—. No entiendo bien qué quieres
decir.
—Lo que quiero decir —continuó Juan José— es que la mayoría no se
plantean nada trascendente en su vida. Viven desconectados de la llamada de
Dios. Colocan sus objetivos en cosas que sabemos que son perecederas.
—¿Y tú qué piensas? —intervino Manuel, tratando de despertar su
interior.
—Que, al menos, uno debe preguntarse para qué está en este mundo. Es
absurdo resignarse a vivir sabiendo que vas a morir y que aquí se acaba todo.
¿Es que no tenemos otra aspiración?
—A la misma conclusión llego yo —dijo Pedro, poniendo cara de
circunstancias.
—Evidentemente
—respondió Manuel—. Esas son las preguntas vitales: ¿Qué hago yo aquí? ¿Para
qué fui creado? ¿Acaba todo con la muerte?
La tertulia quedó en silencio. Algunos no sabían dónde mirar; otros
agacharon la cabeza; y unos pocos se quedaron con la boca abierta.
Entonces Manuel retomó la palabra:
—Esto no es nada nuevo.
Jesús, en Mt 11, 16-17, lo dice claramente: «¿Con quién compararé esta
generación? Se parece a unos niños sentados en la plaza que gritan: “Hemos
tocado la flauta y no han bailado; hemos entonado lamentaciones y no han
llorado”».
Las caras de los
tertulianos reflejaban asombro. Entendían que, quizás sin darse cuenta, también
ellos se resistían a la llamada de Dios.
Cuando se nos invita a
la conversión, a revisar la vida —como en tiempos de Juan Bautista—, miramos
para otro lado.
Y cuando se nos llama a
solidarizarnos con los excluidos y marginados, muchas veces no respondemos.
Manuel concluyó en voz baja, casi como un susurro que quedó flotando en
la sala:
—Dios sigue tocando la
flauta… y sigue entonando lamentaciones. La pregunta es: ¿vamos a escuchar, o
seguiremos mirando desde la barrera?