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jueves, 18 de septiembre de 2025

AMOR MUTUO

Lc 7, 36-50

    La hipocresía es un mal destructor. Destruye personas, sociedad y también a la Iglesia. Arrasa por donde pasa, sin límites, y hasta se jacta de destruir todo lo que toca.
  En esas divagaciones, Pedro discernía sobre el peligro de los hipócritas. Sabía de muchos que la habían sufrido y de lo molestosa que era; incluso había amargado la vida a más de uno.

  Llevaba un buen rato pensando en el daño que ocasiona la hipocresía, cuando advirtió la llegada de su amigo Manuel.

   —Hola, querido amigo, me vienes como anillo al dedo. Estaba pensando en el daño que hace la hipocresía. ¿Tienes alguna opinión sobre ella?
   —¡Claro! La hipocresía es un veneno. Donde se desparrama, intoxica y destruye. Sé de muchas familias, grupos y colectivos donde ha hecho estragos. Un hipócrita es una amenaza de bomba.
    —Esa es también mi experiencia —comentó Pedro.    —Además, en (Lc 7,36-50) Jesús desnuda el pensamiento hipócrita de un fariseo y, tras contar la parábola de dos deudores, deja entrever la misericordia de Dios hacia quien reconoce sus pecados y expresa un amor desmedido con un gesto desbordado.
    —Un buen ejemplo —replicó Pedro.
   —De los buenos, como todos los de Jesús. Su sabiduría es inmensa y pone al descubierto la hipocresía de Simón, haciéndole ver su propio pecado.
 
   La verdadera comunicación con el Señor solo habla el lenguaje del amor mutuo, entre Dios y la criatura. Quien no entra en este modo de relación se queda al margen, como el fariseo, mirando sin comprender.
  Sin embargo, cuando acontece esta comunicación de amor mutuo, la vida se llena de una fragancia nueva, como aquel perfume que inundó la sala.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

COMO SI DE NIÑO SE TRATARA

Lc 7, 31-35

    En muchas ocasiones —se decía Pedro— nuestra maduración deja mucho que desear. Como si de niños se tratara, mostramos nuestro lado infantil y nos quejamos, cuando no tenemos razón para ello. O nos alegramos cuando la ocasión demanda silencio o moderación.
    
       —¿Cuál es tu opinión al respecto, Manuel?
   —Me parece acertado lo que dices. Hay ocasiones en que nos mostramos inmaduros y salen a relucir nuestras infantilidades. Nos quejamos cuando toca alegrarnos, o, nos alegramos cuando hay motivos para instalarnos en la queja.
   —Hay momentos —añadió Pedro— que no sabemos cómo actuar. Descubrimos nuestro lado más infantil sin saber responder a las situaciones del momento. Y llegan los líos, las revueltas y protestas.
   —Hay que saber estar, y eso lleva tiempo y maduración. Dejar de actuar como niños y acompasar nuestros sentimientos al ritmo de Dios. En (Lc 7, 31-35) Jesús nos descubre nuestro lado infantil: 
En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Con quién, pues, compararé a los hombres de esta generación? Y ¿a quién se parecen? Se parecen a los chiquillos que están sentados en la plaza y se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la …
    
    Jesús favoreció siempre celebrar la alegría del Reino, sin sustraernos de los sufrimientos que llegan, pero que vividos junto a Él, no tienen el poder de abatirnos.

martes, 16 de septiembre de 2025

COMPASIÓN SIN LÍMITES

Lc 7, 11-17
  Estaba desolado, no superaba la tristeza de aquella muerte. Había sido repentina, y eso aviva más el dolor. Sentía compasión y se dolía profundamente.
  
 Caminaba apesadumbrado, buscando un lugar donde detenerse y pensar un poco. Llevaba en su corazón la pérdida del joven, que por su juventud le parecía irreparable. No encontraba consuelo y sentía la necesidad de desahogarse.

  Casi sin darse cuenta, había llegado a la terraza. Hizo un gesto a Santiago y se sentó. En breves segundos, Santiago le servía su buen café.
   —¿Qué tal, don Pedro? —comentó Santiago—. Le veo algo abatido.
   —Sí, vengo de un duelo y todavía llevo dentro la pérdida del hijo de un gran amigo.
   —Lo siento —dijo Santiago—. Comparto su dolor.
   —Gracias. ¡Qué le vamos a hacer, así es la vida!

    En ese momento llegó Manuel. Al ver la escena de melancolía con la que hablaban Pedro y Santiago, preguntó:
    —¿Qué tristeza es esa que percibo? ¿Ha ocurrido algo?
    —Don Pedro, señor Manuel, se duele de la muerte del hijo de un amigo —explicó Santiago.
  —La muerte siempre trae dolor —respondió Manuel—. Pero también es ocasión de esperanza. Sabemos que siempre está al acecho, pero no tiene la última palabra.
    —¿Por qué dices eso? —preguntó Pedro.
   —Porque nuestra fe se fundamenta en la resurrección del Señor. Él nos da esa esperanza con su victoria sobre la muerte. ¡Mira! Hay un pasaje (Lc 7, 11-17) donde Jesús siente compasión de una pobre viuda. Llevaban a enterrar a su hijo, y Jesús, al verla, se conmueve y devuelve la vida a ese joven.
   —¡Pues sí! —exclamó Santiago con alegría—. Eso da esperanza.
   —Pienso: ¿No va a tener también nuestro Padre Dios compasión de nosotros? —concluyó Manuel.
 
  El rostro de Pedro reflejaba ahora un consuelo nuevo, cargado de esperanza. Verdaderamente, la muerte no tiene la última palabra.
 Una vez más, Jesús ve y se compadece. Eso es lo que le mueve. Su vida entera es una dinámica de compasión que rescata vidas perdidas. Él es vida, y su compasión no tiene límites. En el Resucitado reside nuestra capacidad de confiar sin reservas en el Señor.

lunes, 15 de septiembre de 2025

LA PRESENCIA DEL DOLOR

Jn 19, 25-27

 Una enfermedad, un accidente o cualquier obstáculo puede desencadenar una situación de dolor. Todos, de alguna manera, hemos vivido esa experiencia.

    A esa conclusión llegaba Pedro tras conocer la muerte de un querido amigo. Pensaba en el dolor de sus familiares, y sentía cierta nostalgia al saber que ya no volvería a encontrarse con él.

   —¿Qué piensas del dolor, Manuel?
  —Un tiempo de tristeza y amargura. Una experiencia —fuerte— que todos tendremos que vivir en algún momento de nuestra vida.
   —Y muchos —dijo Pedro, acongojado— no podrán superarla.
  —Sí, suele ocurrir. Sin embargo, las personas que tienen fe cuentan con otra manera de enfrentarse al dolor. Les sostiene la esperanza de la resurrección.
   —¿Lo crees así?
   —Es la experiencia que tengo al ver a muchas personas que conozco. Además, en Jn 19, 25-27, María, la Madre de Dios, permanece al lado de Jesús y nos enseña a acompañar a quienes sufren. La fortaleza se muestra hacia fuera para sostener, pero el dolor hiere por dentro. María expresa el amor incondicional de madre y la fidelidad plena de discípula.
   —Pero … el dolor —dijo Pedro con titubeo— sigue ahí, y por dentro te desgarra.
  —Es una situación difícil. Pero, detrás de ese dolor de cruz, se esconde la esperanza de la resurrección. Y eso fortalece.
    
   Bajo la cruz, María se convierte en madre de todos los creyentes; ella sigue acogiendo nuestras noches oscuras, nuestras heridas y sufrimientos. En ella encontramos esperanza los abatidos, los despreciados y los olvidados.

domingo, 14 de septiembre de 2025

LA CRUZ, SIGNO DE SALVACIÓN

Jn 3, 13-17

   A pesar de sus dificultades, Pedro se sentía un ser privilegiado. Tenía agua, alimentos, casa, medios de transporte, lugares de recreo y ocio, trabajo, familia y tantas cosas que endulzaban su vida frente a los obstáculos y dolores que podían presentársele.

    En muchos momentos era consciente de esas dádivas que le venían como del cielo y no se resistía a dar gracias. Realmente, se sentía un afortunado, sobre todo cuando leía en algunas revistas lo mal que lo pasaban otros en muchos lugares.

    «¿Cómo podía suceder eso?» —se preguntaba. También a él podía haberle tocado estar en esos sitios, pero la realidad —se tocaba a sí mismo— era que estaba allí, gozando de tantas bendiciones. Entonces comprendía su gran suerte.

    Preocupado por estos pensamientos, preguntó a Manuel:
    —¿Qué piensas de los que sufren en otros países?
   —Que nosotros somos unos privilegiados. Y eso debe hacernos reflexionar sobre nuestro compromiso con tantas personas inocentes que sufren las calamidades e irresponsabilidades de otros.
    —¿A qué te refieres con irresponsabilidades?
  —Mucho sufrimiento viene del egoísmo, el afán de enriquecimiento y las ambiciones de quienes gobiernan esos países. Piensan solo en ellos y no les importan los demás.
   —Estoy de acuerdo —respondió Pedro—, pero también hay quienes viven en la miseria por pura falta de recursos.
  —No lo sé —dijo Manuel—, pero la mayoría está desasistida, abandonada y mal administrada. Sus riquezas se venden al mejor postor, y el pueblo queda sumido en la escasez, el dolor y el sufrimiento.
  —De cualquier forma —suspiró Pedro— es una gran pena y da lástima.
  —Pero —replicó Manuel con voz acalorada—, con esos sentimientos no solucionamos nada.
  —¿Y qué podemos hacer?
 —Algo parecido sucedió al pueblo de Israel en el desierto —recordó Manuel—. El libro de los Números (21, 4b-9) nos cuenta que, agotados del camino, murmuraron contra Dios y contra Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto?». Y Dios permitió que las serpientes los mordieran. Cuando reconocieron su pecado, el Señor mandó a Moisés hacer una serpiente de bronce y ponerla en alto: los que la miraban quedaban sanos.

    De la misma manera, Jesús dijo a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna».

sábado, 13 de septiembre de 2025

DE LO QUE REBOSA EL CORAZÓN, HABLA LA BOCA

Lc 6, 43-49

    Cuando llegan los contratiempos, se descubre el verdadero talento de la persona. Uno se afirma en su identidad cuando logra rebasar la tormenta que amenaza su vida. Puede ser la ruina del trabajo con el que se ganaba el pan, una muerte muy sentida en la familia o algo todavía más íntimo. La fuerza de la tormenta pone a prueba lo que somos, y todo dependerá de dónde y cómo hayamos edificado nuestra existencia para resistir cualquier tempestad.

    Hacía tiempo que Santiago había desaparecido de mi vista. En muchos momentos lo recordaba, pero su presencia, antes tan frecuente, se había diluido como una gota de agua bajo el sol. Como si hubiese muerto, nada se sabía de él.
    Absorbido en estos pensamientos, Manuel no advirtió la llegada de su amigo Pedro.
 
    —Te noto distraído, ¿te pasa algo? —preguntó Pedro con mirada atenta.
  —¡Ah!, nada. Pensaba en la ausencia de un amigo. Hace meses que no lo veo. No sé qué le ha ocurrido.
    —¿Lo veías con frecuencia?
    —¡Sí, claro, todos los domingos! Y, a veces, entre semana. Pero ahora… se ha evaporado.
    —¿Crees que le habrá sucedido algo?
   —No, me hubiese enterado. Supongo que se desorientó con el último percance que sufrió, y su vida espiritual se ha ido desmoronando poco a poco.
    —¿Por qué llegas a esa conclusión? —replicó Pedro, algo confuso.
   —Porque llevaba una vida ordenada y asistía con frecuencia a la misa dominical. Ahora, de repente, ha desaparecido.
    —Pues sí —admitió Pedro—, tu sospecha tiene fundamento.
    —Eso me temo de mi amigo Santiago —continuó Manuel—. Está muy bien explicitado por Jesús en el Evangelio de Lc 6, 43-49:
“¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que digo?” Todo el que venga a mí, oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién se parece: es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca..."
 
   Y el Señor lo deja muy claro: quien escucha su Palabra y no la pone en práctica, es semejante al que edifica su casa sobre arena, sin cimientos; cuando llegan los torrentes, al instante se desploma y grande es su ruina.
    Y es que de lo que rebosa el corazón habla la boca. Si nuestra vida la apoyamos en las cosas de este mundo, al llegar los contratiempos, se derrumba.

viernes, 12 de septiembre de 2025

GUÍA DE CIEGOS

Lc 6 39-42

    Estaba enfadado consigo mismo. No entendía cómo podía perder tan fácilmente el control: se disparaba, se encendía y, como un caballo desbocado, terminaba en el abismo. A pesar de sus intentos, las palabras le salían sin freno: insultos, reproches, juicios precipitados. 

    Resignado y cansado de sus fracasos, reconocía su pecado mientras apuraba un sorbo de café. Fernando era uno de esos amigos que, de vez en cuando, se acercaba a la tertulia donde solían encontrarse Pedro y Manuel.
 
   —¡Fernando! —lo saludaron al unísono Pedro y Manuel—. ¡Qué alegría verte por aquí!
 —Lo mismo digo —respondió Fernando—. No esperaba encontrarlos, pero me viene bien. Precisamente estaba pensando en mi mal carácter. Tengo fama de meter la pata, de criticar, de insultar… y al final todo acaba mal.
    —¿Qué te pasa? —preguntó Pedro, preocupado.
   —Lo de siempre: me fijo en los fallos de los demás y no quiero ver los míos. Voy dando lecciones como si todo lo supiera.
    —Eso nos ocurre a casi todos —intervino Manuel—. Lo importante es querer corregirse. Justo hoy el Evangelio (Lc 6, 39-42) nos habla de eso.
    —¿Y qué dice? —preguntó Fernando con cierto desespero.
   —Que antes de fijarte en la mota que tiene tu hermano en sus ojos, mira la viga que tienes en el tuyo.     —Pedro sonrió—. Da en el clavo, ¿no?
    —Tal cual —respondió Fernando, algo aliviado—. Pero, aun sabiendo esto, me avergüenzo.
   —Es normal —añadió Manuel—. Cuando reconocemos nuestros pecados, damos un paso de gigante. La vergüenza nos hace más humildes y nos recuerda que somos barro, iguales que los demás.
    Fernando asentía. Su rostro, aunque triste, empezaba a reflejar serenidad.
    —Me consuela escucharte, Manuel. Me levanta el ánimo.
   —En el Evangelio siempre encontramos luz —concluyó Manuel—. Esa luz nos anima a levantarnos y seguir caminando.
 
    Reconocer nuestros errores, nos baja del pedestal y nos coloca al lado de nuestros hermanos. Solo así podemos caminar juntos, buscando con sencillez los senderos del Reino que Jesús abre: caminos de humanidad, compasión y comprensión mutua.

jueves, 11 de septiembre de 2025

AMAR ES LA SOLUCIÓN

Lc 6, 27-38

    Lo había pensado en otras ocasiones: «la solución del mundo es el amor». Cuando somos capaces de amar, los problemas se desvanecen y nacen la paz y la concordia.

     La cara de Pedro reflejaba gozo y alegría, en coherencia con lo que pasaba por su mente. Pero reconocía lo duro que resulta amar a quien te hace daño. No encontraba fuerzas para vivir ese amor ni lo entendía del todo.

    Viendo llegar a Manuel, su inseparable amigo, decidió consultarle la cuestión.

    —Buenos días, amigo. Estaba pensando en lo difícil que es amar al que te hiere. ¿Te parece también duro?
    —Buenos días, Pedro. ¡Claro que sí! A todos nos cuesta. Pero ahí está la clave.
    —¿De qué clave hablas? —preguntó Pedro, sorprendido.
    —De la necesidad del Espíritu Santo. Sin Él, nunca podremos amar como nos ama nuestro Señor. Incluso a los que hacen el mal.
    Pedro frunció el ceño, sin comprender del todo.
    —Mira, a mí me pasa lo mismo. Parece que va contra nuestra naturaleza. Y, sin embargo, así nos ama Dios. Esa es nuestra salvación: un amor que no se rinde ante el mal.
    —Pero, ¿cómo puedo amar al que me hace daño? —dijo Pedro, con voz furiosa.
   —Con la fuerza que el Espíritu Santo te da. En el Evangelio de Lc 6, 27-38 lo dice Jesús: «A ustedes que me escuchan les digo: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen…». Si Él lo pide, es porque, con Él, es posible.
    —Pero… —Intentó replicar Pedro.
   —No hay peros que valgan. Jesús no exige lo imposible. Claro que nos pide renunciar a nosotros mismos, pero ya nos había advertido que ese era el camino.
Pedro bajó la voz, resignado y convencido.
    —Es verdad. Amar así no es fácil.
   —No lo dudes, Pedro. Amar de este modo genera resistencias interiores, pero al vencerlas se abren los corazones y nacen comunidades nuevas. Solo el perdón y el amor pueden romper las espirales de violencia que amenazan la paz y la justicia del mundo.
 
La vida, para asemejarnos más al Padre, consiste en permitir que el amor invada cada rincón de nuestro ser. Un amor que no se limita a familiares y amigos, sino que alcanza a todos, incluso a quienes nos calumnian, maldicen u odian.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

¿DE QUÉ LADO QUIERES ESTAR? TÚ ELIGES

Lc 6, 20-26

    Todo tiene su principio, pero también su fin. Nada, al menos en este mundo, es eterno. Sin embargo, dentro de nosotros llevamos una chispa de eternidad. Nuestra máxima aspiración es la vida eterna.

  Obsesionado con estas elucubraciones, Pedro se debatía interiormente buscando respuestas al camino que debía tomar mientras caminaba por este mundo. Su meta era alcanzar esa vida eterna con la que soñaba.    

    Levantó la mirada, y su alegría fue repentina: sus ojos contemplaban la llegada de su amigo Manuel. Con él —pensó— aclararía ese interrogante que tanto le apremiaba.

  —Buenos días, querido amigo. Bienvenida tu llegada. Estaba reflexionando sobre la eternidad. ¿Qué piensas al respecto?
   —Todos buscamos la eterna juventud. Nadie quiere envejecer, y eso llena los gimnasios de quienes desean mantenerse jóvenes.
    —Pero, quieras o no, la vejez llega —respondió Pedro con gesto convencido.
    —Sin lugar a duda, pero esta vida no termina aquí. Se transforma, y seguirá eternamente.
    —¿Cómo es eso? —suspiró pacientemente Pedro.
   —Todos seremos eternos, pero no todos felices. Esta vida nos sirve para ganarnos esa felicidad eterna.
    Pedro, con cara de asombro, dijo:
    —¿Cómo es eso?
   —Como lo oyes. No lo digo yo, lo dice Jesús en el Evangelio (Lc 6, 20-26). Habla de que serán bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que ahora tienen hambre, porque serán saciados… Y al final dice: “Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo”.
    —¿Es que hay una recompensa en el cielo? —añadió Pedro, algo extrañado.
   —Sin lugar a dudas —respondió Manuel—. Hay vidas generosas, honradas, abiertas, entregadas, que son una verdadera bendición para el mundo, un verdadero reflejo de la presencia de Dios entre nosotros y en la historia.
    —Ahora entiendo a qué te refieres —interrumpió Pedro, convencido de lo que escuchaba.
   —Pero también hay vidas codiciosas, ansiosas de caprichos y privilegios, arrogantes y soberbias, que ahogan y se aprovechan de los demás o maltratan la naturaleza. Unas nos acercan a la presencia de Dios y la experiencia de su Reino; otras, nos alejan y nos lo ocultan. ¿Lo entiendes, Pedro?
    —Sí, ahora me parece correcto —respondió Pedro, mostrando una expresión conforme y paciente.
   —Esa es la elección. ¿De qué lado estás? ¿Del de la vida y la luz, o del de la clandestinidad y el engaño? Las bienaventuranzas nos muestran el verdadero camino.
    —Creo —dijo Pedro con convencimiento— que la elección está clara.

     Jesús nos indica dónde podremos descubrir alegría y consuelo, sentido y luz, paz y solidaridad. A nosotros nos ofrece libertad para que podamos decidir.

martes, 9 de septiembre de 2025

PORTADORES DE LA BUENA NOTICIA DEL REINO

Lc 6, 12-19

    Es evidente que cuando quieres transmitir algo, necesitas, primero, tener claro qué deseas comunicar y, segundo, cómo lo quieres hacer. De alguna manera, casi de forma intuitiva, los padres transmiten a sus hijos sus valores, su manera de entender la vida, sus buenas y ordenadas costumbres. Hacen verdadero aquel refrán: «Hijos de gato, cazan ratones», entendiendo que los hijos —en el mejor de los casos— siguen las costumbres de sus padres.

    —En esas pesquisas, Pedro se atrevió a preguntarle a Manuel:
  —¿Qué piensas sobre la influencia de los padres en los hijos? ¿Tienes alguna opinión concreta?
   —Me coges de improviso —respondió Manuel—. Sin embargo, lo lógico es que los hijos reciban tanto las características genéticas como las educativas de sus propios padres.
    —Pero eso, aparte de la genética, requiere educación, un tiempo, ¿no?
   —Claro, es necesario. Toda elección conlleva preparación. Así lo hizo Jesús cuando se planteó elegir al grupo de apóstoles. Está en el evangelio de Lc 6, 12-19. Lo primero que hizo fue buscar luz en la oración, toda una noche, con Dios.
    —Nos da ejemplo y nos marca un camino —dijo Pedro en tono complaciente.
   —Totalmente. Jesús nos enseña a prepararnos antes de actuar. Y no de cualquier manera, sino directamente con nuestro Padre Dios, donde únicamente podemos encontrar la verdadera luz.
    —Y los resultados —añadió Pedro— lo demuestran.
   —Pues diría que sí. Aquellos doce apóstoles elegidos, salvo la excepción del traidor, han transmitido la Buena Noticia hasta hoy. Eso demuestra que la elección fue avalada por el mismo Padre Dios.

     La historia confirma el acierto de Jesús al elegirlos y enseñarles, haciendo de ellos portadores de la Buena Noticia del Reino.

lunes, 8 de septiembre de 2025

EL CAMINO DE DIOS

Mt 1, 28-23

    Pedro se sentía orgulloso al descubrir parte de su historia familiar. El árbol genealógico de su familia le parecía un tesoro que deseaba compartir.
    Al encontrarse con Manuel, le dijo:

    —Buenos días, Manuel. ¿Cómo estás?
    —Bien, gracias a Dios. ¿Y tú?
  —También bien, y contento. He visto la historia de mi árbol genealógico y me siento muy orgulloso. ¿Conoces el tuyo?
    —Bueno, sé algo, pero no me he interesado a fondo en conocerlo.
    —Es muy interesante. Te ayuda a saber de dónde vienes y quiénes fueron tus antepasados.
   —Sí, claro. En el Evangelio de Mt 1,18-23 se cuenta la genealogía de Jesús. Y allí hay de todo: buenos y malos, santos y pecadores. Una lista donde también se muestra la fragilidad humana.
    —¿Y eso no es un problema? —preguntó Pedro.
   —Nada de eso —respondió Manuel—. Eso confirma que Jesús, el Hijo de Dios, se encarna en nuestra humanidad, con una familia real, con su historia. Dios no se asusta de la debilidad, sino que camina con su pueblo.
    —¿Cómo el Hijo de Dios…? —intentó replicar Pedro.
    —¡El Hijo de Dios no quiso tener privilegios! —interrumpió Manuel—. Nació pobre. Eligió a María, una joven sencilla y humilde, que acogió al Hijo de Dios para que, por medio de ella, nos alcanzara la salvación.
    —¿De qué salvación hablas? —preguntó Pedro.
   —De la salvación de Dios, que en el Evangelio de Mateo se revela en Jesús, “Dios-con-nosotros”. Ese es su nombre: Emanuel.

   María siempre albergó el deseo de ser cauce del Señor. Durante su vida se preparó para decir “sí” al ángel que traía el mensaje del Padre. Su vida fue un inmenso regalo que hoy celebramos.

domingo, 7 de septiembre de 2025

¿NO VES TU CRUZ?

Lc 14, 25-33

    Estaba pensado … —decía Pedro— que la vida se hace dura en muchos momentos del camino. A veces insoportables, y otras, difíciles de asumir. Supongo que es la cruz que todos tenemos que cargar. ¿No es así, Manuel?
    —Pienso que algo de eso hay. Experimentas que el enigma de la vida está por encima de ti. No puedes controlarla ni abarcarla. Te supera. Y eso te exige cargar esa cruz a la que tú aludes.
    Pedro hizo un gesto de aprobación y añadió:
    —Realmente, pienso como tú.
    —Además, añadió Manuel, en el Evangelio de Lc 14, 25-33, Jesús deja muy claro el camino para quien quiera seguirle: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío».
    —Será duro ese seguimiento. ¿No te parece?
    —Evidentemente, es una cruz que pesa y con la que ha de hacerse el camino. Cansa, pero también consuela al experimentar que seguimos la vía tomada por Jesús y nos solidarizamos en alguna medida con su destino.
    —¡Uf, me quedo sin palabras!
    —Pero, nunca olvides que detrás de esa cruz está la plenitud gozosa de la resurrección eterna.

     En un mundo injusto, la cruz es parte de la vida de los seguidores del Maestro, porque es un mundo que no sabe nada del Reino de paz y de justicia y se opone a él. Jesús trastoca nuestras vidas, les da la vuelta y la llena de sentido.

sábado, 6 de septiembre de 2025

EL SÁBADO EN FUNCIÓN DEL HOMBRE

Lc 6, 1-5

     Pedro miró a Manuel fijamente. Frunció el ceño y, con gesto serio, le preguntó:
    —¿Qué piensas de la ley?
    —¿A qué ley te refieres? —respondió Manuel, intrigado.
    —A la ley en general.
   —La ley es para cumplirla. Si no, sobra. ¿Qué sentido tiene poner leyes que nadie respeta?   
    —Ninguno —admitió Pedro.
    —Entonces, ¿por qué lo preguntas?
    Pedro suspiró:
    —Estaba leyendo el Evangelio —Lc 6, 1-5—, cuando los discípulos arrancan espigas y las comen. ¿Eso rompe la ley del sábado?
    Manuel pensó un momento antes de responder:
    —El sábado es un regalo. Es tiempo de descanso, como cuando el Creador descansó tras su obra. Es día de oración y de paz; ocasión para estar con Dios y con los demás.
    —Pero… ¿no están faltando a la ley?
    —Depende de cómo la mires.
    —¿Cómo que depende? ¿Acaso la ley puede mirarse de otra forma?
    —Tal vez quebranten la letra de la ley, pero no su espíritu. El sábado fue dado para el bien del hombre y la mujer. Dios, que es Padre, lo pensó para que crezcamos en lo más humano y verdadero.
    Pedro asintió lentamente.
    —Entonces, lo importante no es la letra, sino el espíritu de la ley.
    —Exactamente —dijo Manuel—. Pregúntate: ¿está el hombre en función del sábado o el sábado en función del hombre? ¿Qué pesa más: el sábado o el bien de la persona?
    —Claro… El hombre está por encima de la ley.

    Pedro sonrió. Lo había entendido: el sábado es para el hombre, nunca el hombre para el sábado. Encontró paz al descubrir que el amor es la esencia de toda ley.

viernes, 5 de septiembre de 2025

EN LA PRESENCIA DE JESÚS

Lc 5, 33-39

     Era día de fiesta. Se celebraba una boda y, como miembro de la familia, estaba invitado. Pensé: «hoy haré día libre, dejaré la dieta aparcada. Es día para celebrar la boda de estos amigos»

    De esta manera, Pedro, había borrado la dieta de ese día para celebrar la alegría de la celebración de la boda. Y es que, a veces, por circunstancias especiales, hay que interrumpir la dieta o ayuno, para disfrutar del momento puntual que se presenta en nuestra vida. Ya, cuando el momento sea el adecuado, tomaremos de nuevo la dieta, o haremos el ayuno pertinente.
    Viendo llegar a Manuel, aprovechó para pedirle su opinión al respecto.

    —Manuel, ¿qué opinas sobre suspender las dietas en algún momento determinado?
    —¡Hombre!, el sentido común te dice que, puestos a celebrar algo especial, se puede dejar la dieta o el ayuno pertinente, para disfrutar del momento presente.
    —Eso había decidido. ¿Qué te parece?
    —Pues, muy bien. Hay un pasaje del Evangelio, precisamente en Lc 5, 33-39, donde Jesús, en respuesta a fariseos y escribas, que le reprochaban que sus discípulos no ayunaban, dice:
    «¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días».
    En la presencia de Jesús nadie se acuerda del ayuno. Todo está centrado en celebrar el encuentro con Él. ¡Es el Mesía, el Salvador que nos librará de la esclavitud! No hay lugar para el ayuno, sino para la fiesta.
    —Estoy de acuerdo. Sería contradictorio ponerse triste cuando hay motivos para estar alegre; privarse de algo cuando no hay por qué hacerlo. ¿No piensas, Manuel, que eso es lo correcto?
    —Totalmente, el ayuno, de cualquier tipo, está reservado para momentos de penitencia, de sobriedad y de entreno, para guardar el equilibrio y no dejarnos dominar por el vicio, el ego, bienestar y comodidades. Es aconsejable para luchar contra el relajamiento excesivo, la indisciplina y flaquezas que llevamos en nuestra naturaleza.

    El Espíritu de Jesús sigue soplando, trayendo novedad e invitándonos a ser valientes y estrenar caminos.

jueves, 4 de septiembre de 2025

NECESIDAD DE CONFIANZA

Lc 5, 1-11

   La confianza es algo que está cada día en tela de juicio. Puedes fortalecerla siendo fiel a tus principios, o puedes perderla cuando decides saltarte alguno de ellos. Quienes te ven dudan y su confianza en ti se resquebraja.
    Pedro había vivido alguna de esas vivencias de pérdida de confianza. Y había oído de otras. No cabe duda de que la confianza tiene un valor inmenso. Sin ella se hace difícil relacionarse. Necesitas confiar y eso exige signos y pruebas que la fortalezcan.

    —Buenos días, Manuel. Estaba pensando sobre el valor de la confianza, ¿qué opinión tienes sobre ella?
    —Sin confianza no puedes seguir a nadie. ¿Cómo puedes vivir con unos padres de los que no te fías? Incluso, siendo niño, te asusta y huyes de su presencia. La confianza es vital para convivir.
    —Lo mismo pensaba yo. No puedo imaginarme un mundo sin confianza. Precisamente, de la pérdida de ella nacen los conflictos y guerras.
    —Exacto. No podrás seguir a nadie en el que no tengas confianza. Le sucedió a Pedro, apóstol, cuando, a pesar de no tener confianza en lo que le dijo Jesús, obedeció y remó mar adentro. La pesca que hizo fue enorme, hasta el punto de que la barca amenazaba con hundirse. Eso está en Lc 5, 1-11.
    —¿Y eso le bastó para seguirle?
    —Eso fue un milagro. Habían estado toda la noche pescando sin estrenarse. Y, por no contradecirle, volvieron a la pesca. Y el resultado apoteósico. ¿Qué te parece? Pedro se llenó de estupor y se echó a los pies de Jesús.
    —¿Y qué pasó?
    Le dijo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador»
    ― ¿Y qué respondió Jesús?
    —«No temas, desde ahora serás pescador de hombres».

    No cabe ninguna duda, Pedro, la confianza es la seguridad que tenemos sobre una persona, situación o nosotros mismos, basada en la creencia de que algo o alguien actuará como se espera. Es un pilar fundamental para construir relaciones sanas, la cooperación social y el bienestar individual, permitiendo a las personas tomar riesgos, fijar metas y superar desafíos. 

La autoridad con la que Jesús hablaba generaba entusiasmo y confianza, y eso motivaba a seguirle.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

SANADOS Y RESTAURADOS

Lc 4, 38-44

    Se sentía incómodo con la autodisciplina que cada día se imponía. Los horarios le pesaban y sentía que le robaban esa improvisada libertad que tanto valoraba. En muchos momentos le asaltaba la idea de abandonar toda regla y disciplina.
    Un cambio reciente en el horario de misa, aunque simple y rutinario, trastocó su día a día y le puso nervioso. Trató de buscar silencio, de no precipitarse ni desesperarse. Sabía que el demonio estaba atento para aprovechar estos momentos. Tomó el Evangelio del día y leyó (Lc 4,38-44):

    “En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre… Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: ‘Tú eres el Hijo de Dios’. Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que Él era el Mesías... "

    Se detuvo, levantó la mirada y pensó: “El Señor es mi luz y mi salvación”.

    —Buenos días, Manuel, te noto algo místico. ¿Acaso estás rezando?
    —No exactamente, pero estaba reflexionando sobre el cansancio que siento con el trajín diario.
    —¿A qué trajín te refieres?
    —Al que nos imponen el mundo, el demonio y la carne. Estos momentos de cansancio son los que el demonio aprovecha para tentarnos y apartarnos de Dios.
    —¿Crees que el demonio conoce tus debilidades?
    —Sabe de su poder de seducción, y conoce nuestras flaquezas. Aprovecha cualquier momento de debilidad para lanzarnos sus tentaciones.
    —¡Entonces siempre estamos en peligro!
    —No lo dudes. Pero el demonio también reconoce a Jesús, y huye ante su presencia. Él tiene poder sobre él, lo conmina y no le deja hablar. Nos libera. En Él pongo toda mi esperanza.

    Manuel encontró la serenidad que buscaba en el silencio, en la presencia del Señor. Escuchar su Palabra y dejar que penetre en nuestro corazón nos llena de paz y nos libera de los peligros del mundo, el demonio y la carne.

martes, 2 de septiembre de 2025

ENSEÑANZA QUE ASOMBRA

Lc 4, 31-37

    Estaba desesperado; no podía controlarse y por su cabeza entraban y salían múltiples pensamientos por segundo. Pensó:
    «Estoy dispuesto a cometer una locura. ¡Dios mío!, ¿qué me pasa?»
    Eso le decía un amigo a Pedro mientras tomaban un café en la terraza. No entendía cómo podían ocurrirle esas cosas. Pedro, con los ojos abiertos como lamparones, permanecía atento, sin parpadear. No asumía lo que le contaba su amigo, ni sabía qué decirle. Al ver llegar a Manuel, se apresuró a llamarlo:
    —Manuel, escucha lo que dice este amigo.
 
    Enterado Manuel de la situación que sufría aquel compañero, hizo una pausa, como queriendo dar tranquilidad. Tomó su café y, con aire de serenidad, comentó:
    —Es lo típico del maligno: ataca a quienes ve más cerca del Señor. Y cuando ve que los puede perder, trata de seducirlos o enemistarlos con Él.
     —¿Y crees que —dijo Pedro— eso le está pasando a él?
    —No puedo asegurarlo, pero suele ser la táctica demoníaca para alejar a las personas del Señor. Esto me recuerda el pasaje de Lc 4, 31-37:
    Jesús estaba enseñando en la sinagoga cuando un hombre poseído por un espíritu inmundo gritó con voz fuerte:
    «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ...»
    —¿Y qué sucedió? —exclamó Pedro.
    —Jesús le increpó diciendo: «¡Cállate y sal de él!». Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño. Todos, dice el Evangelio, quedaron asombrados y decían:        «¿Qué palabra es esta? Ordena con autoridad y poder a los espíritus inmundos, ¡y salen!»
    —¡Verdaderamente asombroso!
    —Aquel hombre estaba desgarrado interiormente por un espíritu que lo desquiciaba. En la oscuridad de su interior aparece Jesús sanando y devolviendo la armonía perdida. Jesús desata y libera, ayudando a que la persona recupere el dominio de sí y su capacidad de comunicarse serenamente con los demás.
 
    El Señor cura nuestro interior dañado por heridas, límites y fracasos, y nos devuelve a una vida pacificada al servicio del Reino.

lunes, 1 de septiembre de 2025

UN HORIZONTE DE VIDA UNIVERSAL

Lc 4, 16-30

    Hay momentos en que me siento mal. No acepto el sufrimiento de tanta gente en tantas partes del planeta, cuando hay pueblos que podrían evitarlo. No me parece justo.
    —¿Tú qué piensas, Manuel?
    —Que estamos llamados a la solidaridad. Son seres humanos que, unos por sometimiento de otros, y otros por falta de recursos, viven en la miseria y sin lo necesario para subsistir.
    —Me parece un gran problema.
   —Sí, porque el hombre insiste en no escuchar a Jesús. Cree que es superior a otros, que tiene más derechos. No entiende que todos somos hijos del mismo Dios, y que Jesús vino a anunciárnoslo.
    —También pienso que ese es el problema.
   —Si lees el pasaje, Pedro, verás cómo Jesús explica que Elías fue enviado a una viuda de Sarepta, en territorio pagano, y que Naamán, el sirio, fue curado en tiempos de Eliseo. Y es que sus paisanos reclamaban una exclusividad que Jesús no comparte. Desde la perspectiva de Dios, todos somos sus hijos. Solo los últimos y olvidados reciben trato preferencial, porque necesitan más atención y cuidado.
     —Realmente lo es, Pedro. Jesús vino para eso. Lo dice claramente en Lc 4,16-30:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».
Y comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír». Jesús ha venido precisamente a eso: a señalarnos el Camino, la Verdad y la Vida. A instaurar una fraternidad universal que socorra a los pueblos más necesitados.
    —Pero… ¡no pasa nada! ¡Siguen muchos pueblos sufriendo! —exclamó Pedro preocupado.

    Todo quedaba claro: Jesús es el enviado del Padre para dar vida a los oprimidos, el amigo de los desechados. Y, como sucede hoy, son sus propios paisanos los primeros en rechazarlo.
Ningún profeta es aceptado en su tierra.

domingo, 31 de agosto de 2025

CUANTO MÁS HUMILDE, MÁS GRANDE

Lc 14, 1. 7-14

    La vida parece injusta para muchos. El lugar donde naces, tu familia, tu raza o tu cultura pueden marcar privilegios o condenarte a una existencia difícil y esclavizante. No en todas partes los derechos humanos son respetados, y esa desigualdad hiere la dignidad.
 
    —¿Cómo ves este problema, Manuel? —preguntó Pedro.
   —Con preocupación —respondió Manuel—. La vida es un don gratuito, ofrecido a todos por igual. Pero hemos creado un mundo de méritos, recompensas y ambiciones que favorecen a unos y dejan atrás a otros.
     —Coincido contigo. Es inaceptable que se trate a las personas de manera distinta.
    —Si aprendiéramos a abrirnos a todos por igual, el mundo sería diferente. Jesús lo enseñó en una parábola (Lucas 14,1.7-14). En ella, el banquete de la vida es gratuito, y los invitados privilegiados son los pequeños: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Según la lógica de Dios, los más necesitados tienen preferencia sobre quienes pueden valerse por sí mismos.
     —Es justo —asintió Pedro—. Es natural dar prioridad a quienes más lo necesitan.
   —En el Reino no hay méritos que mostrar ni recompensas que reclamar. Solo queda agradecer al Padre por su generosidad y gozar de la mesa común.
      —¡Qué mundo tan distinto sería ese! —comentó Pedro.
   —Así es —respondió Manuel—. Un Reino abierto a todos, puro regalo y espacio de acogida. Pero nuestra lógica humana, con frecuencia, pervierte ese don y lo somete a nuestro ego.
    —Lo noto en mí —dijo Pedro pensativo—. Busco reconocimientos, privilegios, aplausos…
    —Y somos capaces de someter hasta lo más sagrado, la dignidad humana, por subirnos en pedestales.
    —¡Qué ceguera la nuestra! —exclamó Pedro.
   —El banquete del Reino solo entiende de fraternidad, no de títulos; de igualdad, no de deferencias. Cuando lo asumimos, la vida se transforma y adquiere el signo de una verdadera familia humana reconciliada. El Padre nos invita a un banquete donde todos caben, y donde los últimos son los primeros.

sábado, 30 de agosto de 2025

CUESTIÓN DE CAPACIDADES

Mt 25, 14-30

     Estaba desolado; no alcanzaba a entender cómo tanta gente, capaz de hacer el bien, permanecía impasible, sin apenas mover un dedo. La vida mejora si tú, y otros como tú, ponen todas sus capacidades al servicio del bien común. ¿No te parece, Pedro?
    —Claro, todo lo que tú no hagas no lo hará otro.
    —Lo tuyo te pertenece a ti. Para eso has recibido tus talentos; si no los utilizas para el bien de todos, quedarán inutilizados. Otros harán cosas, incluso las mismas, pero serán fruto de su propia cosecha. Lo tuyo es tu producción. ¿Entiendes?
    —¿Quieres decir que lo que se queda sin hacer, y me corresponde a mí, es mi responsabilidad?
    —Exacto. Hemos recibido capacidades gratuitamente, y nuestra responsabilidad es utilizarlas para el bien común. Léelo en la parábola que Jesús nos cuenta en Mt 25,14-30: habla de los talentos.
    —¿De qué talentos?
    —De los talentos recibidos en la vida, los medios que el Señor nos confía para colaborar en su Reino. Podemos disfrutarlos privadamente, ignorarlos o despreciarlos, pero la parábola nos invita a arriesgarlos con creatividad y pasión por las cosas de Dios; a ser generosos y valientes; a ponerlos en juego, porque solo así darán más fruto.
    —Pero, ¿y si…?
    —Es nuestra responsabilidad. Si más se te ha dado, más debes dar. Ahí se ve tu amor y tu misericordia. Enterrarlos demuestra lo contrario. El mundo avanza porque muchos se han atrevido a hacer fructificar los talentos que recibieron.
    —Creo que tienes razón. Hay mucho que debemos a otros gracias a sus esfuerzos y capacidades.
    —Así es. Las semillas del Reino ya están sembradas en nuestra tierra: nos toca cuidarlas y regarlas para que den el ciento por uno.