sábado, 13 de marzo de 2021

ENALTECERSE, HUMILLARSE

 

Es cierto que todos hacemos cosas buenas, pero, no es menos cierto que también hacemos cosas malas. Por tanto, ¡para que enaltecerse! El resultado puede ser que enaltecido te creas mejor que otros e incluso, tan lleno de ti mismo, te olvides de dejarle el centro de tu corazón a Dios. Ocurre, pues, que el éxito, la fama y tantas cosas buenas que hacemos pueden llenar nuestro corazón y desplazar al Señor alejándolo de nosotros.

Entonces, sucede que, quizás sin darnos cuenta hemos sustituido a Dios por el orgullo y la soberbia de nuestro bien obrar y éxito. Conviene, pues, atajar nuestra exaltación y llenarla de verdadera humildad que no permita hacer un hueco para que sea Dios quien reine en nuestros corazones. Se hace necesario el despojo de todo aquello caduco, pernicioso y contamiante que nos separe del amor de Dios.

El Evangelio de hoy nos lo deja muy claro. No fue justificado el fariseo a pesar de sus buenas obras. Por el contrario, el publicano, humillado y reconociendo sus pecados, fue justificado ante Dios. Es momento ahora de sacar nuestras propias conclusiones y darnos cuenta que el éxito, la fama, el prestigio no sirven para mucho si no están en actitud de servicio y de buscar los últimos lugares para servir por amor. Porque, el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.