En el silencio interior de mi corazón haz, SEÑOR, que encuentre la paz, la sabiduría y fortaleza necesaria para estar siempre atento a tu Palabra y dispuesto, sin condiciones, a amarte y servirte en los hermanos.
No se te van a pedir tus éxitos, sino el amor que hayas gastado en beneficio de los demás.
domingo, 19 de octubre de 2008
¡LÍBRAME, SEÑOR, DE SER FARISEO!
En el silencio interior de mi corazón haz, SEÑOR, que encuentre la paz, la sabiduría y fortaleza necesaria para estar siempre atento a tu Palabra y dispuesto, sin condiciones, a amarte y servirte en los hermanos.
CUANDO LLUEVE, LA TIERRA SE TRANSFORMA Y...
No trato ni pretendo desesperar, ni mucho menos, atormentar, sólo me interpelo y me esfuerzo en compartir lo que, irrevocablemente, siento en lo más profundo de mi interior y que estimo como lo más importante, pues de nada me vale mi vida sí la pierdo para siempre.
El tiempo, inexorable, camina sin mirar atrás, y cada paso hacia delante quema una etapa de nuestro peregrinar que no volverá a repetirse. Lo realizado, hecho queda, y lo presente es la oportunidad que se nos abre a la esperanza de rectificar lo pasado.
De ahí la importancia enorme que tiene la frase. "el tiempo es oro". Sin embargo, a pesar de pasar y pasar ,el tiempo, por nuestra vida, lo dejamos escapar igual que agua al río. Permanecemos impasible y distraídos sin preguntarnos los grandes interrogantes que nos plantea nuestra existencia. ¿Hay algo tan y más importante? Tendremos que responder que si, pues a pesar de llover y empaparnos nuestra respuesta no emerge como hierba agradecida por el agua.
sí, al observar los campos secos de mi isla, observo que, a pesar de su sequedad cuando llueve, su tierra se transforma y se viste de verde. Sus frutos despiertan y nacen a la vida llenando sus contornos de hermosas amapolas y dulces margaritas. Los mantos plantados, a la espera del ansiado alimento, prometen ingentes cosechas y un futuro abundante. ¡Podemos exclamar, la tierra despierta y responde a su llamada!
Y mi pregunta, como volcán encendido y exultante lava, me interpela y me grita: ¿cómo es posible que ante tan magnitud nosotros permanezcamos estériles? ¿Dónde están nuestros frutos como respuesta a esa lluvia ( la Gracia ) regalada que nos empapa y nos envuelve. Ocurre que,sin darme cuenta, entretenido como el rico en los placeres y divertimentos de la vida olvide abonar mis campos y desparramar mi cosecha.
También me puede ocurrir que, llevado por lo corriente: "lo que hacen la mayoría", pero no lo normal: "lo que se debe hacer para bien de todos", me deje seducir por los criterios misericordiosos de los que todo lo justifican en el perdón y el amor mal entendido. Porque perdonar y amar están integrados en darse y entregarse por el bien de los demás. Si me excluyo, empecinado en la búsqueda de mí mismo y en mi propio egoísmo y vanidad, estoy eligiendo el otro camino: el que no quiere ser perdonado, ni amado.
No hay, pueden confundirnos, un PADRE amenazante y al acecho, sino unos hijos que, a pesar de un Amor incondicional, misericordioso, paciente, y gratuito, se excluyen, se retiran, se niegan a dejarse abrazar y rechazan toda donación amorosa. Hay muchas respuestas que, más que demostrar, tratan de justificar, sin poder hacerlo, lo que no se puede negar por su presencia evidente: la vida.
No trato de convencer, ni de afirmar nada, sólo sé que JESÚS resucitó porque lo dice la historia y lo testifican sus Apóstoles; porque su tumba, la historia no lo puede contradecir, quedó vacía y sus apariciones lo corroboran; porque muchos se afanan en negarlo y hasta les va la vida en eso; porque es más plausible la inexistencia del ateismo que la creencia de que JESÚS resucitó entre los muertos y era QUIEN clamaba ser. Pero esto supone que DIOS existe.
Consecuencia de mi ser bautismal, mi fe en el SEÑOR, siento la necesidad de regar de forma adecuada y bien aprovechada toda el agua que por mis venas pueda circular y proclamar, desde lo más profundo de mi ser, en paz, con sabiduría y fortaleza, la experiencia que palpita dentro de mí y me llena de gozo y plena felicidad, sólo con la alegría de que otros la puedan sentir también, pues a eso, queramos o no, estamos todos llamados.