![]() |
(Lc 6,39-42) |
La noche nos deja quieto, paralizados, incapaz de
andar, al menos sabiendo bien a donde nos dirigimos y que suelo pisamos. Preso
de esa necesidad de luz, el hombre buscó luz, y en el tiempo logró iluminar la
noche, pero no así su vida. Se necesita una Luz Infinita para ver de dónde
venimos, a dónde vamos y quienes somos.
Quizás vemos con la luz d este mundo, pero no
alcanzamos a ver la Luz del otro. Y es el otro el que nos interesa, porque la
Luz nos revela que es allí donde estamos invitados y destinados a ir y en donde
colmaremos plenamente nuestras ansias de felicidad buscadas.
Hoy, Jesús, el Hijo de Dios, Luz Infinita,
enviado por el Padre, nos descubre y revela el Amor del Padre y la promesa de
salvación por los méritos de su Muerte y Resurrección entregada libremente. Y
nos advierte de nuestra propia oscuridad y locura al querer también guiar a otros
tan ciegos como nosotros.
Como se nos ocurre, estando sucios, lavar a
otros. ¿No será lo lógico mancharlo con nuestra suciedad más que limpiarlo?
Corresponde primero limpiarnos nosotros para luego ayudar a limpiar a otros. Y
es eso lo que Jesús nos denuncia, advierte y propone en el Evangelio de hoy con
palabras más exacta y llenas de sabiduría: ¿Cómo es que miras la brizna que hay
en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?
¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la brizna que hay en
tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero
la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo
de tu hermano».
Te pedimos Señor la luz que abra nuestros ojos
para, no sólo caminar en tu Palabra al ritmo del Espíritu Santo, sino, con la
sabiduría que viene de lo alto, alumbrar también el camino de mis hermanos.
Amén.