Los cambios tienen
su origen en una experiencia profunda que te deja marcado. Una experiencia que
exige encuentros, diálogos y conocimientos de quienes se encuentran. Jesús te
conoce, sabe quien eres y ha venido para librarte de esa esclavitud a la que
está sometida tu naturaleza humana, el pecado. Y quiere encontrarse contigo.
Si estás bautizado
ya te has encontrado con Jesús. Su Espíritu ha entrado en ti, pero quizás por
tu infantilidad no te has dado cuenta ni has podido escucharle y hablarle.
Jesús sabe esperar y espera – valga la redundancia – que tú ahora te dejes encontrar
y le escuche. Esa fue la experiencia de Andrés, hermano de Simón Pedro, en la
que quedó prendado y lleno de esa vida que Jesús nos trae. Y, no pudiendo guardarla
solo para sí se lo dice a su hermano: «Hemos encontrado
al Mesías».
No pienses ni
creas que el encuentro con Jesús te va a llegar de forma espectacular o por
arte de magia. Un encuentro necesita de tu disponibilidad, de tu búsqueda, de
tu iniciativa y deseos de encuentro. Para eso Dios te ha creado libre, quiere
que decidas por ti mismo. Otra cosa que decidido encontrarte recibas la
asistencia del Espíritu Santo, que, precisamente, para eso ha venido en la hora
de tu bautismo.
De ahí puedes deducir de la importancia del discernimiento. Necesitamos discernir, pensar, preguntarnos, buscar, pedir y llamar. Nos lo ha dicho Jesús. Conoce nuestra debilidades y capacidades y nos pide que nos esforcemos en dejarnos moldear por su Palabra y su Amor Misericordioso. Porque, solo de ese encuentro profundo con el Señor podrás cambiar tu corazón y darte a los demás. Desde ese momento no habrá otro camino ni otra felicidad. Es precisamente ahí donde está lo que buscas, la felicidad plena y eterna.