Tanto María como
Isabel saben, al menos lo intuyen, que sus maternidades, nacidas de una
circunstancias inexplicables y indiciarias de un Plan Divino, escrito ya en el
corazón de Israel, traen no sólo un gozo interior inmenso y pleno sino también vienen
acompañadas de dolor y sufrimiento.
Saben que sus maternidades
no han recorrido el camino usual de una maternidad natural sino todo lo
contrario, vienen de la mano de Dios. De un Dios que tiene un plan divino para
su pueblo y de sus hijos vendrá esa Buena Noticia de salvación para la
humanidad. Es, pues, momento de gozo interior y felicitarse en esa primicia de
que llega la Noticia de que todos los hombres están llamados a la salvación y
vida eterna en plenitud.
Y eso significa
Navidad, la hora del anuncio de que ha llegado la hora de que el Plan de Dios
venga, en la Persona de su Hijo, a este mundo. Y a través de dos mujeres
humildes y sencillas, una de concepción tardía y otra inesperada, pero ambas
nacidas del pensamiento de un Dios Amoroso y Misericordioso. Una que anuncia y
prepara el camino, y otro que redime el pecado de los hombres.
Ya nada es igual, el dolor, sufrimiento, gozo y alegría tienen sentido. El Dios que se hace carne en naturaleza humana dará sentido a la vida del hombre y todo ya cobra valor contenido en un amor de misericordia y gratuito expresado e interiorizado en ese abrazo efusivo y saludo de gozo que se esconde en el saludo de Isabel y la respuesta del Magníficat de María.