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Mc 2,18-22 |
Jesús no viene a mortificarnos, a imponernos sacrificios ni ayunos. La vida, por sí
sola, nos ofrecerá momentos de tristeza y sufrimiento, pues estamos sujetos a
enfermedades y a la muerte, no como lo último de nuestra vida, sino como un
paso hacia la verdadera Vida Eterna y plena de felicidad. Pero, antes hay que
pasar por este mundo y hacerlo siguiendo la Voluntad de Dios, que no es otra
que la de crear espacios de justicia, de paz, de alegría, de verdad y de
verdadera felicidad.
Jesús quiere que eso se haga realidad en
cada uno de nosotros y, por consiguiente, en esa medida se irá haciendo también
en todo el mundo. Porque, el mundo lo forman y lo constituyen las personar que
en él viven. Por lo tanto, somos nosotros los que haremos bueno o mal este
mundo. Y esa es la esencia del mandato de Jesús, hacernos felices.
Por lo tanto, no es tiempo de ayuno. Está
el Novio con nosotros y Él ya ha pagado por todos nosotros. Ahora son tiempos
de misericordia y de verdadero amor, que no es otra cosa que buscar el
bien, la verdad y la justicia y crear espacios donde todo eso se viva en paz y
fraternidad misericordiosa. No es hora de
sacrificios ni ayunos que significan más preceptos y normas que verdadero amor
y misericordia.
El anuncio de Jesús es
un anuncio de justicia y libertad. Un anuncio donde prima la projimidad y la misericordia. Un anuncio de un Padre bueno que derrama un amor con
desmesura y abundancia, sobre todo en aquellos más necesitados por su pobreza,
su pequeñez y vulnerabilidad.